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El terrorismo nuclear

6 de febrero de 2018

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Señales ominosas y alarmantes llegan a la humanidad en su conjunto al conocerse el nuevo plan de desarrollo del armamento nuclear recién anunciado por el gobierno imperialista de Estados Unidos, como evidente respuesta al Tratado de Prohibición de Armas Nucleares aprobado por la abrumadora mayoría (128 países) de la Asamblea General de Naciones Unidas a fines del pasado año y que han suscrito hasta hoy por 42 estados y ratificado por cinco de ellos.

Cuando esa cifra llegue a 50 el histórico Tratado entrará en vigor como instrumento jurídico internacional y sus estados-parte quedarán obligados a no desarrollar ni ensayar ni fabricar ni adquirir de cualquier modo, ni poseer o almacenar armas y dispositivos explosivos nucleares.

Coincidentemente, el Pentágono yanqui ha anunciado una “nueva estrategia” de la actual Administración Trump que revoca cualquier política anterior dirigida a limitar o regular su arsenal nuclear, sintiéndose Washington libre de todo compromiso en ese sentido, lo cual pone en duda los tratados existentes al respecto.

Aunque Rusia y China son mencionados como los objetivos fundamentales hacia los que apunta esta “nueva estrategia” oficializando el terrorismo nuclear del Imperio, es lógico que el resto del mundo –incluyendo sus propios aliados o socios– se sienta alarmado con este rebrote bélico que representa un sustancial retroceso e inutiliza los tibios pasos dados hasta ahora hacia el desarme nuclear.

Mucho más preocupante es porque quien anuncia ahora su derecho al terrorismo nuclear, basado en la tesis de que es “una medida disuasoria”, es el mismo país imperial que en 1945 lanzó dos bombas atómicas, con similares pretextos, contra la población civil japonesa de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.

Nada puede excluirse, por tanto, hasta dónde pudieran llegar las mencionadas “intenciones disuasorias” en los momentos en que una Administración imprevisible detenta desde la Casa Blanca las riendas de la gobernación imperial, favorece abiertamente al complejo militar industrial y considera a la amenaza brutal y al uso de la fuerzas como elementos centrales de su política exterior.

Una notable diferencia con respecto a la situación mundial, de 1945, que no puede dejar de tenerse en cuenta, es que hoy Estados Unidos no cuenta con el monopolio absoluto del armamento nuclear y otros actores participan también de ese escenario, lo cual hace más complicado el actual propósito del gobierno yanqui, volviéndolo temerario e irracional en grado sumo.

A la convicción de que el terrorismo nuclear no puede resolver y más bien agravar los problemas del mundo, habría que añadir una posición firme de los pueblos, los gobiernos y las propias Naciones Unidas, en especial del pueblo estadounidense, en contra de esos enloquecidos empeños.

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