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El silencio australiano

25 de mayo de 2018

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Los muy mayores deben recordar aquel tango cantado por Carlos Gardel llamado Silencio, un homenaje a las madres francesas que perdieron a sus hijos durante la Primera Guerra Mundial y que, sin proponérselo, lo sería con las que tendrían igual sino durante la ocupación nazi de Francia durante la Segunda.

Pero al revés de lo anterior, es bochornoso el silencio que ocurre en Australia para callar los abusos de que son víctimas miles de solicitantes de asilo en centros de detención.

Y es que callar es la regla que se les impone mediante la firma de la llamada Cláusula de confidencialidad a profesores, enfermeras, médicos, psicólogos y demás miembros de organizaciones sociales que llegan a las islas de Nauru, Papua-Nueva Guinea y Navidad para trabajar con las miles de personas, muchas de ellas niños, que viven en centros y comunidades de detención de migrantes instalados allí por Australia.

El documento de la Australian Border Force Legislation advierte a los trabajadores que si revelan información a medios de comunicación sobre la vida dentro de los centros de detención, podrán ser condenados hasta a dos años de prisión.

“Sientes que estás firmando la sentencia en la que apruebas que te arrebaten tu libertad de expresión. No esperas que un gobierno como el australiano actúe así. ¿Qué está pasando aquí para que quieran silenciarnos?, piensas, pero firmas, porque tu compromiso es entrar y trabajar”, dice una maestra de inglés que hoy vive en Melbourne, pero trabajó no hace mucho para el centro de detención de Nauru con solicitantes de asilo, procedentes de Sri Lanka, Afganistán, Paquistán, Siria, etcétera.

No hace mucho el primer ministro australiano, Malcolm Turnbull, insistió en que seguía en pie un acuerdo alcanzado con el gobierno de Barack Obama que permitiría que los refugiados musulmanes rechazados por Australia sean reasentados en Estados Unidos, y aunque el actual mandatario Donald Trump calificó de tonto el documento y hasta le colgó el teléfono a Turnbull, luego hicieron las paces, cuando Canberra accedió a un nuevo acuerdo de seguridad y apoyó las medidas antimusulmanas de Washington , a cambio de que EE.UU. no le impusiera nuevos y altos aranceles a sus productos de exportación, sobretodo el aluminio y el acero.

Pero detrás del apoyo al veto antimusulmán de Trump, está la justificación del gobierno australiano  a sus propias políticas antiinmigración, de las más duras del mundo.

Ello es avalado por la creciente ola reaccionara que encabeza el movimiento ultraderechista Reclama Australia para impedir la inmigración, mientras altos cargos no solo han evitado criticar a EE.UU., sino que defienden abiertamente muchas de sus políticas.

“Tengo confianza en que los gobiernos australiano y estadounidense seguirán apoyándose mutuamente para asegurar que podemos implementar nuestras políticas fuertes de inmigración y protección de fronteras”, aseguró la ministra de Exteriores australiana, Julie Bishop. Más explícito aún ha sido el ministro del Tesoro y antiguo ministro de Inmigración, Scott Morrison, quien ha asegurado que ahora el resto del mundo “se está poniendo al día” respecto a Australia.

En tanto prosigue el manto del silencio obligatorio a todo lo que sucede a los inmigrantes recluidos en centros de detención australianos, los movimientos progresistas se encuentran virtualmente diluidos y, por el momento, no se percibe aquella ola de protesta contra lo mal hecho de años atrás.

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