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El recuerdo de Maurice Bishop

29 de octubre de 2013

Por: Enrique Román

El mar Caribe une a las islas que lo poblamos y a los países continentales cuyas costas son bañadas por sus aguas.  Compartimos un origen y unos destinos similares.
Haití fue el primer país de nuestra América que conquistó su independencia. Intelectuales como el martiniqueño Aimée Césaire reivindicaron el gran valor de las culturas originales africanas antillanas. Las antiguas colonias británicas encontraron terreno común para sus destinos y cumplieron un largo proceso por desarrollarse plenamente y por gozar de su auténtica soberanía.
Se acaban de cumplir los treinta años de otra de las invasiones yanquis a nuestra América: la maléfica aventura de la administración Reagan contra Granada, una pequeña isla de poco más de 300 kilómetros cuadrados.
Los logros del carismático primer ministro Maurice Bishop y su Movimiento de la Nueva Joya en el terreno social y económico eran una fuente de atracción para los pueblos del continente.
Bishop había llegado al poder en 1979 tras un golpe de estado incruento contra el primer ministro Eric Gairy, un lunático tan obsedido por el crimen y las torturas como por los platillos voladores y las comunicaciones con los extraterrestres.
De formación marxista, con influencia del movimiento de los Panteras Negras norteamericano y de la llamada Nueva Izquierda, Bishop emprendió una intensa obra de gobierno en un momento difícil.  Granada acumuló en tres años un 9 por ciento de crecimiento y el desempleo cayó del 49 al 19 por ciento.
El 98 por ciento de la población supo leer y escribir.  Se triplicó el número de escuelas secundarias y se incrementó el envío de estudiantes becados al extranjero. Se impuso un sistema gratuito de salud.  Y se iniciaron otros programas de desarrollo en esferas sensibles.
Granada sostuvo estrechas relaciones con la Unión Soviética.  Pero su relación más cercana fue con Cuba, que envió cientos de trabajadores calificados, entre ellos constructores, médicos y algunos asesores militares. Granada sostenía también cercanas relaciones con Venezuela, Canadá, México y naciones de Europa occidental.

 

El pretexto para la agresión
Entonces sucedió uno de esos raros sucesos que oscurecen lo mejor de los empeños de un pueblo. Un sector  extremista dentro del Movimiento de la Nueva Joya, con obvias ambiciones de poder y una proyección que los acercaba más a Pol Pot que a Lenin, ejecutó un golpe de estado el 19 de octubre de 1983 y arrestó a Bishop.  La huelga nacional no se hizo esperar.  Las fuerzas del ejército masacraron a la multitud y ejecutaron a Bishop y a algunos de sus ministros.
Era el momento que esperaba Reagan.  Alegando que Cuba había promovido el golpe – exactamente lo opuesto de lo que ocurría –,  ordenó la invasión de la pequeña isla el 25 de octubre. En tres días se completó el derrocamiento de los golpistas y la ocupación de Granada.
Ya desde la administración Carter, que había dado asilo a Gairy y sus desvaríos alienígenos, se había iniciado una política de hostilidad contra la isla que Reagan continuaría con mayor fuerza.
A esa altura, ya los dados estaban rodando. La CIA desarrollaba planes para desestabilizar al gobierno granadino y desde agosto de 1981 las fuerzas armadas de Estados Unidos habían ensayado una operación en la isla de Vieques que luego se reprodujo en Granada.
Las justificaciones para la aventura eran difíciles de creer: el habitual pretexto de la protección de vidas norteamericanas;  la influencia cubana, por supuesto;  el aeropuerto en construcción, que según Estados Unidos sería una futura base aérea soviético cubana: era en realidad una alternativa al viejo aeropuerto, en una isla turística, y diseñado por una compañía canadiense a la que apoyaba un contratista británico.
La realidad es que Estados Unidos no se había recuperado del golpe de Vietnam, ni mucho menos de la pérdida de 242 marines en pocos segundos en Beirut, solo tres días antes de la invasión.  Hacía falta una rápida y poco riesgosa victoria militar.
Granada era culpable de su soberanía frente a los dictados de Washington, incluso en el terreno económico.  Con su creciente nivel de atención de salud, de  cultura y de independencia, era un pésimo ejemplo, a los ojos yanquis, para el resto de las islas y más allá.
Hoy el Caribe es otro.  Aunque no exento de contradicciones, reina hoy en el Caribe anglófono la voluntad común de desarrollo y de defender su soberanía frente a imposiciones exteriores.  Y en varios casos, abrazar los procesos solidarios e integracionistas del continente: varios de sus estados participan en Petrocaribe y en el Alba.  Es el mejor tributo a la memoria de Maurice Bishop.

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