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El Medio Oriente en su laberinto

24 de julio de 2013

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La llamada “primavera árabe”, que los grandes medios internacionales de prensa, -habitualmente al servicio de los intereses del capital transnacional o directamente parte de sus mismas estructuras- saludaron jubilosamente, por considerarla como una posibilidad de llevar adelante proyectados cambios de regímenes agotados y desgastados que debían ser sustituidos por otros de semejante contenido pero de imagen más atractiva, ha culminado en un estruendoso y sangriento fracaso.

Examinando uno por uno los países donde principalmente se desarrollaron los acontecimientos relacionados con la tal “primavera”, se aprecia fácilmente su degeneración en el caos e incluso su extensión a territorios contiguos, que arrojan como saldo un laberinto mesoriental cada vez más complicado, donde se entrecruzan intereses económicos y políticos, rivalidades confesionales y ambiciones hegemónicas, tanto desde dentro de la zona como mediante influencias exteriores en que Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos llevan las mayores aspiraciones.

El conflicto sirio, por ejemplo, como consecuencia de la conjunción de los países de la OTAN, Arabia Saudita y Qatar contra el gobierno del partido Baath encabezado por el presidente Bachar Al Asad, muestra en estos momentos un escenario y una realineación de fuerzas que hubiera sido aparentemente increíble hace solo pocos años en la zona.

De este modo, en Siria es posible observar a los numerosos grupos y facciones allí presentes contra el ejército gubernamental y las fuerzas aliadas a este, recibiendo el apoyo de todo tipo por parte de las potencias occidentales que –hasta hace poco,- llamaban a esos grupos como terroristas y criminales.

La confusión es de suficiente magnitud como para que el diario The New York Times recogiera declaraciones de David R. Shedd, subdirector de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA) de Estados Unidos, afirmando que ellos no logran distinguir a “los buenos de los malos” y eso les complica la entrega de ayuda para que llegue a “las manos apropiadas”, teniendo en cuenta que sobrepasan de mil los grupos armados que Washington ha identificado sobre el terreno.

Por otra parte, en Egipto, el nuevo gobierno surgido tras el golpe contra Mursi parece reevaluar su posición respecto a Siria, pues obviamente no puede hacer causa común allí con sus propios rivales, -los Hermanos Musulmanes,- que forman parte importante de la coalición anti Al Asad y han sido enemigos históricos y violentos del actual gobierno sirio desde tiempos de Hafez Al Asad.

En Iraq y Libia, países donde prevalecen regímenes de signo diferente, pero como resultado de sangrientas guerras e intervenciones militares extranjeras con participación de Estados Unidos y la OTAN, la ingobernabilidad crece y el terrorismo se multiplica, -tanto el político como el sectario religioso,- recrudeciéndose la lucha por el control de ambos vastos productores petroleros.

Por supuesto, que en esta relación faltaría referirnos a otros países de la región, donde las situaciones no son más estables pero los mencionados resultan, a nuestro juicio, suficientes para mostrar hasta qué punto ha llegado el laberinto medioriental, atizado por la ambición de las metrópolis.

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