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El intercambio es posible

2 de junio de 2014

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Aunque la contienda en Afganistán se trata de una guerra de agresión, sin justificación alguna, parece saludable el anuncio hecho por el propio presidente norteamericano, Barack Obama en cuanto a la liberación del último militar estadounidense que permanecía prisionero por el movimiento Talibán.
Más aun cuando, como reconoció el Pentágono, el sargento Bowe Bergdahl, de 28 años, fue entregado a las fuerzas estadounidenses en buen estado de salud y en condiciones de caminar, tras un acuerdo entre el mando invasor y el movimiento insurrecto que incluyó la liberación de cinco detenidos afganos.
Los presos afganos ya han sido liberados de la cárcel de EE.UU. en la ilegal base de Guantánamo, Cuba y fueron entregados a Qatar, que fungía como mediador de la transferencia, señalan los despachos de prensa.
Un alto funcionario dijo a la BBC que, una vez a bordo del helicóptero de EE.UU., Bergdahl escribió las letras SF -es decir, las fuerzas de operaciones especiales- seguido de un signo de interrogación en un plato de papel y se lo mostró a los pilotos, quienes respondieron: “Sí, te hemos estado buscando por mucho tiempo”.
El funcionario reveló que “en ese momento, el sargento Bergdahl se desmoronó”.
Lo que parece no coincidir con la verdad es que el propio Obama asegurara que la liberación de Bergdahl “es un recordatorio del compromiso inquebrantable de Estados Unidos de no dejar a ningún hombre o mujer uniformado en el campo de batalla”.
Y digo esto, porque estamos hablando de una guerra de agresión contra una de las naciones más empobrecidas del mundo y donde las fuerzas norteamericanas de ocupación han perdido a 2164 militares más miles de heridos y mutilados.
Por ello resulta hipócrita el arrogante discurso del mandatario en la Academia Militar West Point, cuando enfatizó que “su conclusión es que EE.UU. debe liderar siempre en el escenario mundial. Si no somos nosotros, nadie más lo será”.
Por otro lado, Obama amenazó con que “EE.UU. hará uso de la fuerza militar de manera unilateral si es necesario cuando nuestros intereses fundamentales así lo exijan, cuando nuestro pueblo se vea amenazado, cuando nuestro sustento esté en juego o cuando la seguridad de nuestros aliados esté en peligro”.
Tal afirmación deja clara la filosofía guerrerista de la actual administración y abierto el incierto camino de emprender nuevas contiendas bélicas sin importar para nada los miles de militares norteamericanos caídos en esas inútiles batallas y los millones de ciudadanos de los países agredidos que han sido víctimas de la metralla yanqui.
Estados Unidos invadió Afganistán en el año 2001, luego se empantanó en un conflicto al que nunca dio solución y ahora ha optado por retirar el grueso de sus tropas, pero dejando allí a unos
10 000 uniformados.
Según el Pentágono, en la ya definida como la guerra más larga de la historia norteamericana, se ha gastado más de 6 000 millones de dólares.
Correspondió al ex presidente George W. Bush iniciar la guerra y luego a Barack Obama enviar a otros 30 000 militares a partir del año 2009, para hacer lo que llamó “su guerra”.
Ahora el gobernante estadounidense se propone salir de tierras afganas, sin dudas derrotado y dejando tras de sí a un país inestable, y con una población que se debate entre la extrema pobreza y la falta de perspectivas para lograr una vida decorosa y digna.

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