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El fin de año

26 de diciembre de 2016

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Necesariamente es así. Terminan los 365 días vividos de eso que se llama año. La fecha nos estimula al balance de nuestro paso por este espacio de tiempo.
Por lógica, además de evaluarnos hacia el interior —lo que hicimos, cómo lo hicimos, qué resultados tuvimos— echamos una mirada al entorno, a la casa, la familia, el barrio, el centro de trabajo, el país.
Siempre habrá altas y bajas; triunfos y dificultades; añoranzas no cumplidas y planes pospuestos. Pero lo real es que todo eso nos hace más maduros a la hora del análisis. Entonces podemos decir a pulmón lleno que valió la pena formar parte de ese todo en este ciclo de 12 meses que conforman un año.
El ya casi fenecido 2016 tuvo victorias en lo personal y también en el entorno de nuestro país, que aún sometido a la irracionalidad del vecino que quiere asfixiarnos, presenta índices de atención al ser humano, su salud, su educción, su vida, como no lo puede exhibir ningún otro por muchos recursos que tenga.
Cuba triunfó en la solidaridad, ese bien que hemos sabido cultivar en su más alta expresión.
Ya casi en los finales de 2016, la vida nos sorprendió con lo inesperado: se nos iba físicamente Fidel. Ese Fidel que ha sido y sigue siendo TODO, en mayúsculas. El que nos enseñó a luchar, resistir y triunfar.
Ahora nos corresponde —como él mismo pidió— no a venerarlo en monumentos o poniendo su nombre a calles, parques y otras instalaciones. No. En lo adelante y comenzando ya, tenemos una obligación con nosotros mismos, la de continuar la obra, perfeccionarla, la de enseñar a nuestros jóvenes y niños para que tomen las riendas del país y lo lleven a puerto seguro sin claudicar ni renunciar a ninguno de los principios que nos impregnó el Líder, el gigante, el Comandante.
Es lógica la consternación que aún nos embarga. La falta física del jinete para que siga cabalgando al frente de su pueblo, como lo hizo siempre, nos entristece pero también nos anima a seguir inspirados por su ejemplo, su acción, su ética, su vida.
Por todo ello, este 31 de diciembre de 2016, cuando las manecillas del reloj marquen las 12 de la noche, levantemos una copa —de lo que tengamos a mano— y brindemos también por Fidel, por el hombre que concebimos eterno. Seremos entonces parte de los agradecidos que le acompañamos y lo seguiremos acompañando.
Pueden los altares mantener sus velas encendidas. Pueden las banderas seguir ondeando limpias, puras, soberanas. Puede el pueblo celebrar el triunfo de 58 años atrás. Podemos a viva voz gritar Viva Fidel y hacerlo no por mera consigna formal, sino por convicción, comprometidos a continuar con él y seguir ganando batallas.
La humanidad toda lo agradecerá.

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