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El espionaje como derecho

14 de febrero de 2014

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La respuesta que dio el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, a un periodista que le inquirió sobre el supuesto acuerdo con Francia tendente a regularizar o normalizar las relaciones entre ambos países tras los escandalosos casos de espionaje estadounidense a sus propios aliados, conocidos tras las relaciones del ex agente NSA/CIA Edward Snowden, merece la pena ser meditada.

En este sentido, el mandatario yanqui, -a modo de aclaración,- precisó que Washington no tiene ningún acuerdo con ningún país del mundo que le impida ejercer el espionaje “cuando se trata de casos de seguridad nacional”, con lo cual no solo se consideró liberado de toda responsabilidad al respecto, sino que reafirmó un eventual derecho de Estados Unidos de llevar a cabo tales prácticas sin limitación, algo que ya se había comprobado hasta la saciedad pero que no deja de ser importante cuando se escucha en la propia voz presidencial.

En el caso de Estados Unidos, resulta también del dominio público que la información obtenida por estos medios sirve como base para los planes de subversión e injerencia que ese país realiza contra los gobiernos que, en cualquier lugar de la geografía, se niegan a cumplir los dictados imperiales o amenazadores  para la tan mencionada “seguridad nacional” estadounidense, que no reconoce fronteras.

Lo fundamental es que ningún rincón del planeta, -incluidos los “oscuros rincones” de que habló Bush hijo,- queda exento de la posibilidad de ser espiado o subvertido por Estados Unidos, ya su socio o supuesto enemigo, y que esa práctica que ya el Imperio ejercía consustancialmente y al costo de cientos de miles de millones de dólares, ha sido elevada al rango de política de Estado, según estas palabras del presidente Obama.

En cuanto a los ciudadanos norteamericanos y a todos cuanto residan al interior de ese país, cualquiera que sea su status, es evidente que la causal de “seguridad nacional” puede ser extendida también a cualquiera de ellos y pasar a ser considerados como objetivos. Desde hace más de diez años la llamada Ley Patriota encubre este tipo de acción y facilita la liquidación de la privacidad que en un tiempo enorgulleció a quienes de buena fe creyeron en su existencia.

Ante las irrebatibles revelaciones del ex agente Snowden y, por otra parte, ante la notoria disminución de la capacidad de dominio e influencia de Estados Unidos en el escenario mundial, -donde la multipolaridad es un fenómeno creciente,- la Administración actual del país imperial parece haber considerado la necesidad de hablar claro y, de este modo, lanzar un mensaje que mezcla la amenaza y la advertencia a “amigos” y adversarios.

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