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El equilibrio desequilibrante de Ángela Merkel

21 de noviembre de 2016

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Las élites alemanas, equivalente al establishment norteamericano, han dado el visto bueno a la petición de Ángela Merkel de aspirar por cuarta vez consecutiva como Canciller, algo que deberá ocurrir inexorablemente, porque no creo que haya en estos momentos fuerza organizada alguna, de cualquier sector, que ponga en peligro la investidura.

Nunca como ahora Alemania ha gozado de tal estabilidad política, manejada con mano aparentemente suave, pero realmente dura de Merkel en las cuestiones económicas, al esgrimir políticas que pudieran parecer de aceptación de hechos de índole pacífica, pero que es realmente lo contrario, como lo hizo con la crisis de los refugiados; el trato a Rusia; el problema palestino-israelí; y otros.

Berlín está desempeñando un papel político y militar activo en las dos principales intervenciones imperialistas en Ucrania y en el Medio Oriente. Los principales partidos y los medios de comunicación han reforzado ello con la propaganda de guerra implacable que recuerda a una dictadura. La vigilancia del Estado y el aparato de represión se están ampliando de forma sistemática.

En el caso de Ucrania, Merkel y el ministro de Relaciones Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, se encaminan por la vía de Hitler y Wilhelm II. Entre los principales objetivos de guerra del Reich alemán en la Primera Guerra Mundial, estaba empujar la frontera de Rusia y apoderarse de Ucrania. La campaña oriental de Hitler fue la lógica continuación de estos objetivos. El control sobre Europa Central era clave para el ascenso de Alemania al estatus de potencia mundial. Hoy en día, el gobierno alemán persigue el mismo objetivo mediante la integración de Ucrania en una Unión Europea dominada desde Berlín.

Prueba de la vuelta a la política de agresión, el regreso al pasado, es la actitud hacia Rusia. En el 2001, el presidente Vladimir Putin era celebrado con ovaciones en el parlamento federal; ahora se lo pinta de villano mayor. Las elites alemanas reemplazan a los oligarcas rusos con sus pares de Ucrania, incluyendo a sus guardaespaldas fascistas.

Hasta hace poco no había aviones alemanes en el Medio Oriente, pero ya llegaron allí para desempeñar un papel más importante en la “coalición de los dispuestos” de Obama. Pero desde antes, con su suministro de armas a los kurdos Peshmerga, marcó su presencia en esa región rica en recursos. Es muy consciente que el tibio, el casi inexistente bombardeo al terrorista Estado Islámico es solo el comienzo de un nuevo reparto imperialista del Medio Oriente, en el curso del cual las alianzas y los frentes cambiarán. Alemania ha decidido no quedarse al margen.

Nadie es indispensable en el tablero de la confrontación, pero, sin dudas, Merkel puede jugar un mejor papel en ese sentido, porque, inteligentemente, se presenta como un peón de estabilidad  y confianza, mientras que subraya el revanchismo presente desde la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial.

Las graves tensiones sociales de Alemania junto con el resto de Europa coadyuvan al renacimiento del militarismo alemán.

Las medidas despiadadas de austeridad decretadas por Berlín y Bruselas han impulsado el continente al precipicio de la explosión. Decenas de millones de personas viven en la pobreza extrema y el desempleo, mientras que una pequeña élite se enreda en una bacanal especulativa con el dinero barato con que el Banco Central Europeo, controlado principalmente por la banca alemana, ha inundado los mercados europeos.

Por el momento, el resurgimiento del armamentismo alemán ocurre en aguas de la OTAN. Sus miembros apoyan el rearme alemán y piden que Alemania contribuya más. Pero esta armonía engaña. Detrás de la fachada, los “socios” de la OTAN se desconfían y se espían. En Francia, no pasa por desapercibido que vuelve a las armas su archienemigo en tres grandes guerras. Detrás de la pretensión de intereses comunes, Alemania y Estados Unidos se enfrentan uno al otro como rivales económicos en Asia, Oriente Medio, África y América Latina.

Ángela Merkel, por su reconocido talento y disposición a enfrentar todo tipo de problemas, es presentada generalmente como un factor de equilibrio en las situaciones más diversas; pero es realmente desequilibrante cuando hace que Alemania, además de su preponderancia económica, regrese a los campos de batalla del mundo.

La mayoría de la población alemana se opone al armamentismo y a la guerra, pero tiene ante sí a una élite cada vez más ambiciosa que considera que la continuidad de Merkel al frente de la Cancillería sería un factor ideal para el logro de sus ambiciones de dominación.

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