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El derecho de comer

28 de septiembre de 2017

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Acabar con el hambre en el mundo sigue siendo una utopía, a pesar de esfuerzos aislados para acabar con este flagelo, por lo que la humanidad llegó al 2017 con la vergonzosa cifra de 800 millones de personas que padecen hambre crónica y otros dos mil millones con carencias de micronutrientes, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (Fao), y aunque Naciones Unidas en el 2000 se planteara los Objetivos de Desarrollo del Milenio, solo significó, una vez más, la buena intención de acabar con un mal que sobre todo sufren los países más pobres del planeta y de lo que no escapa las naciones latinoamericanas y caribeñas.

Estos organismos internacionales reconocen que el escenario mundial exige cambios, porque la pobreza generalizada obstaculiza los avances de sistemas alimentarios y las crisis, conflictos y catástrofes naturales aumentan y es cada vez más peligroso labrar la tierra y producir alimentos, en un ambiente donde prevalecen la ausencia de servicios médicos y la protección social.

Una clara evidencia de las amenazas actuales y futuras si no se actúa con mayor firmeza, lo constituye el llamado Cuerno Africano, que como demandara recientemente el secretario general de la Onu, Antonio Guterres, se requiere de “una respuesta urgente de la comunidad internacional para salvar a más de 20 millones de personas amenazadas por la hambruna en Sudán del Sur, Yemen, Somalia y Nigeria”;

¿Es que resulta imposible acabar con el hambre o, por lo menos, disminuir sensiblemente la enorme cantidad de hambrientos en el mundo? Queda claro que ello no es posible con solo buenas intenciones, proyectos internacionales o declaraciones cada cierto tiempo, en especial en tiempos de elecciones y en aquellos países que más sufren este problema y que provoca la muerte de millones de personas cada año.

Hace seis años la Federación Internacional de la Cruz Roja (Ficr) denunciaba que mil millones de personas iban con hambre cada día a la cama, a pesar de existir un mundo que producía comida suficiente para alimentar en esos momentos a más de 7 mil millones de habitantes, cifra que en la actualidad, con más población de seguro habrá aumentando.

Cierto que el problema es viejo, realmente, pero al mismo tiempo es tan nuevo que en febrero de 2017 el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) advirtió que más de un millón 400 mil menores de edad están en inminente peligro de sufrir desnutrición en el mencionado Cuerno Africano. “El tiempo se acaba para estos niños, pero todavía podemos hacer algo para salvar muchas vidas” aseguró el director ejecutivo de esa institución, Anthony Lake, para precisar que “no podemos permitir la repetición de la hambruna de 2011 en la región”, en alusión a un fenómeno asociado a la sequía en esa zona, que afectó a 13 millones de personas.

Un dato interesante nos brinda un reciente informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) cuando asegura que la reducción de la pobreza y la indigencia en América Latina se estancaron desde el 2014, en un contexto de desaceleración económica en la región. No se necesita ser un experto para saber que pobreza e indigencia tienen una relación directa con hambrientos y desnutridos. Si a eso se le suma desempleo y aplicación de políticas neoliberales, entonces puede entenderse la gravedad del asunto para una parte del planeta considerada como la de mayor desigualdades en el mundo.

Y mientras millones de personas pasan hambre en la región, paradójicamente cerca de 360 millones viven con sobrepeso. La mayoría se encuentran en Bahamas, México y Chile, aunque poco más de la mitad de la población en casi todos los países de América Latina y el Caribe tienen sobrepeso, mientras la obesidad alcanza a un 23 por ciento, un hecho que contrasta con el hambre y la desnutrición.

Mientras. se siguen convocando eventos internacionales para discutir el tema, donde por cierto los debates se acompañan con buena atención culinaria. Por su parte, los hambrientos de este mundo aspiran cada día a encontrar algo para llevarse a la boca y muchos no lo logran, por lo que potencialmente son candidatos a ser contabilizados entre los muertos que provoca el hambre.

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