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El contundente triunfo bolivariano

24 de mayo de 2018

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El contundente triunfo del candidato bolivariano Nicolás Maduro en Venezuela no fue una simple victoria electoral. Teniendo en cuenta las circunstancias que rodearon en esta ocasión los comicios reglamentarios previstos por la Constitución de ese país – saboteados desde todo punto de vista por el gobierno imperialista de Estados Unidos y algunos acólitos seguidores de sus dictados -, los resultados electorales obtenidos son sobre todo un triunfo político de la Revolución Bolivariana, del legado y la obra de Hugo Chávez, en medio del feroz cerco económico desatado por Washington con vistas a derrocar y liquidar el proceso iniciado hace casi veinte años.

No es la primera vez que el imperialismo y sus servidores de la oligarquía local se estrellan contra la voluntad y la decisión del pueblo venezolano por preservar la vía de desarrollo que ha escogido de manera absolutamente democrática mediante 18 eventos electorales de distinto tipo celebrados en menos de dos décadas.

A estas alturas nadie puede dudar del carácter ampliamente participativo y popular de la democracia venezolana, sostenida en medio de agresiones, intentos de golpe de estado, bloqueos y asfixia económica. A pesar de la solvencia económica petrolera venezolana, cuyos precios internacionales cayeron de manera abrupta por las maquinaciones de Estados Unidos, es indudable que el espíritu de resistencia del pueblo trabajador y la fidelidad de las instituciones, -como la Fuerza Armada Nacional Bolivariana,- a su misión Constitucional y patriótica, ha sido decisiva para quebrar los planes de intervención imperialista.

Aunque, como hemos señalado, el triunfo bolivariano del pasado domingo va más allá de las cuentas electorales, no podemos dejar de mencionar que las cifras resultantes emitidas por el Consejo Nacional Electoral expresan una voluntad popular firme e irreversible. Si las comparamos con algunos de los más recientes comicios presidenciales latinoamericanos -Argentina, Colombia, Chile-, observaremos que en el caso venezolano las proporciones en votación efectiva y en votación sobre el padrón electoral son notablemente superiores.

En cuanto a Estados Unidos también lo son, agravándose en esta ocasión por cuanto el candidato Donald Trump resultó proclamado presidente a pesar de obtener menos votos que su rival más cercana, Hilary Clinton, porque así lo dispone la peculiar ley electoral del país imperial.

Electoralmente, la victoria de Maduro no fue solo aplastante sino transparente, en un proceso donde la oposición gozó de todas las garantías, libertades y oportunidades de llevar a cabo su campaña directamente y a través de los medios de comunicación, en su mayoría opositores.

Los candidatos derrotados, como era de esperarse, lamentan su fracaso y uno de ellos alegó fraude antes de conocerse los resultados oficiales. A ellos habría que reconocerles, sin embargo, que desobedecieron el dictado imperial y concurrieron a las urnas, algo que ni ellos mismos pueden negar ahora.

A fin de cuentas, ¿quién es el gran derrotado de los comicios presidenciales venezolanos? Evidentemente es el gobierno imperialista de Estados Unidos y, por extensión, quienes le hicieron coro y atropellaron bochornosamente los principios de no intervención y autodeterminación de los pueblos y la Proclama de América Latina y el Caribe como zona de paz.

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