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Egipto: dilemas y confusiones

17 de agosto de 2013

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Hace menos de una semana, en nuestro comentario anterior y a punto de desencadenarse la fase más violenta y sangrienta de los acontecimientos en el gran país árabe, advertíamos que “la prueba de fuerza que tiene lugar en Egipto en estos momentos entre los Hermanos Musulmanes y las fuerzas políticas que, apoyadas por el Ejército, ascendieron al poder, pudiera ser decisiva para esta asociación cívico-religiosa y para su futuro…”

Se llegó al extremo de la confrontación -aparentemente sin retorno entre las partes en conflicto creciente desde hace varios meses-, que se exacerbó bajo el gobierno de Mohamed Mursi y los Hermanos Musulmanes, pues tras vencer en la contienda electoral efectuada, el recién estrenado presidente decidió al poco tiempo asumir poderes absolutos, suprimir instituciones y enrumbar hacia una sociedad confesional más rígida, dentro de los preceptos islámicos, tal como ha ocurrido recientemente en otros países de la región originando también enfrentamientos.

En el caso egipcio, una parte de las fuerzas que entonces coincidieron con los Hermanos Musulmanes en las jornadas contra el régimen de Mubarak y que originaron su caída -con el apoyo indispensable del Ejército-, permanecieron reunidas en una coalición secular que congregó a laicos, liberales, socialistas, comunistas e incluso islámicos de diferentes tonalidades, quienes reclamaban también medidas más radicales en lo social y económico, cambios estructurales más profundos en el país y una política exterior más independiente, panárabe y más alejada de los centros de poder imperialistas, en especial de Estados Unidos y del FMI.

Fueron estos sectores los que manifestaron incesantemente contra Mursi durante su mandato alegando finalmente que el presidente electo, al asumir poderes absolutos, había perdido toda la legitimidad adquirida durante los comicios, lanzando así a las calles numerosas manifestaciones, recogiendo millones de firmas que pedían el cese del gobierno y llamado a una nueva Constitución que rescatara las libertades democráticas, conquistadas contra Mubarak y nuevamente perdidas con Mursi, según alegaban.

Hasta ahí la historia -sumido el país desde hacía casi dos años en permanente ingobernabilidad y convulsión- cuando sorpresivamente estallaron de modo simultáneo las viejas contradicciones que iban acumulándose entre el gobierno de Mursi y el poderoso Ejército, alineándose la institución armada con los sectores opositores y convirtiéndose en elemento clave para el desalojo de los Hermanos Musulmanes del gobierno, que éstos consider5aban legalmente conquistado y mantenido.

Como es perceptible, abundan los dilemas y hay no pocas confusiones alrededor de los acontecimientos que tienen lugar en esta importantísima y estratégica nación del Medio Oriente y también de áfrica, pues tiene esa doble condición y notable peso en ambos escenarios; puede decirse que es, además, crucial en los futuros desarrollos y perspectivas de eventuales diálogos palestino-israelíes hacia los posibles dos estados y la paz entre ambos.

No es casual, por tanto, que la ambigüedad y la incertidumbre hayan caracterizado hasta ahora las declaraciones de la Administración Obama y de países de la Unión Europea. Llama la atención también el silencio de la Liga Árabe -cuya sede también radica en El Cairo-, y que tan rápido reaccionara en otros casos como Libia y Siria.

Los cuantiosos intereses en juego en la otrora tierra de los faraones -que incluyen al Canal de Suez-, y en medio del polvorín mesoriental parecen aconsejar la prudencia de los factores externos mientras, por el contrario, la confrontación interna es más violenta y sangrienta.

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