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Efervescencia bélica en Sudán del Sur

24 de diciembre de 2013

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A menos de año y medio de su independencia, Sudán del Sur se encuentra abocado a una nueva guerra de vastas proporciones, al extenderse la lucha entre partidarios y opositores gubernamentales, la mayoría militares, con un saldo de centenares de víctimas mortales y decenas de miles de refugiados.

Sin datos exactos, pero con evidencias que muestran la aparición de grupos mercenarios al margen de las tropas de Naciones Unidas, que mantiene dos bases en el lugar, repletas hoy de refugiados, no nos extrañemos de la aparición de elementos que representan intereses monopolistas ansiosos de apoderarse de un sur rico y tropical, en la que se localizan los recursos naturales más importantes, como el agua del Nilo, los yacimientos de minerales y, fundamentalmente, los pozos petrolíferos, que hoy continúan siendo el factor más discrepante para llegar a unas relaciones pacíficas de buena vecindad con Sudán.

Razas y etnias, geografía y recursos, se convirtieron en focos generadores de constantes conflictos, y constituyeron el gran obstáculo para conseguir la pacificación.

Como algunos quizás no conozcan, fueron necesarios más de 50 años de lucha armada, tan solo interrumpida por una tregua entre 1972 y 1983, para que Sudán del Sur alcanzase la  independencia, el 9 de julio de 2011, lastrada por la inteligencia imperial.

INDEPENDENCIA PERMEADA

Desde la finalización del condominio anglo-egipcio en 1956, que llevó a la creación del Estado de Sudán, los sudaneses meridionales reclamaron la promesa incumplida por los británicos de otorgarles plena independencia tras la descolonización, y por el contrario los colonialistas exacerbaron la división, aprovechando deficiencias del autoritarismo político ejercido desde la capital, Jartum, con la progresiva imposición de la religión musulmana a los cristianos del sur, y la no repartición de la riqueza proveniente del petróleo.

A  partir de la década de los 90 del pasado siglo XX, se fueron incrementando y agravando paulatinamente las reivindicaciones del sur, que ya no confiaba en la viabilidad de un proyecto nacional unificado.

En las primeras dos décadas, la lucha de liberación nacional ganó en su primera etapa las simpatías de muchas personas progresistas en el mundo, pero fue perneado por la inteligencia occidental, que exacerbó las diferencias étnicas y religiosas entre el norte árabe islámico y el sur negro cristiano.

Lo cierto es que la división de lo que era la mayor nación africana no trajo la paz, y Sudán del Sur comenzó a actuar como punta de lanza del Imperio, que siempre ha tenido entre ceja y ceja al gobierno de Jartum, encabezado por Omar Hassan al Bashir.

La guerra, crisis económica, sequía y otros males han subrayado la miseria de tantos años de ambas partes, con una contracción económica que tratarán de ahondar quienes coadyuvaron a dividir el país y ambicionan las riquezas de su subsuelo.

Todo está por hacer en Sudán del Sur, una nación con perenne crisis humanitaria, donde no han cicatrizado las heridas de la lucha contra Sudán, cuya historia subraya la dominación árabe sobre las tribus africanas, explotada y aprovechada con intervenciones colonialistas y de Estados Unidos, que llegó incluso a atacarla con misiles y destruir una fábrica de medicinas, bajo el pretexto de que protegía a rebeldes afganos.

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