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EE.UU: la primavera de la esperanza

10 de junio de 2020

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Nunca hubiera imaginado el gobierno imperialista de Estados Unidos, fabricante de la llamada “primavera de Praga”, de las “primaveras árabes” o de la “primavera del Maidán”, que iba a tener que enfrentar su propia “primavera”, surgida espontáneamente como consecuencia del asesinato a manos de la policía de Minneapolis del afrodescendiente George Floyd, convertido así en fuente de inspiración para estas luchas que hoy conmemoran a la sociedad estadounidense, al margen de diferencias políticas, raciales, religiosas o de cualquier otro carácter.

Como es sabido, hay en ese país un racismo estructural desde su fundación como nación, hace más de dos siglos, atribuido a circunstancias internacionales que entonces lo propiciaron y al origen social de sus fundadores, quienes en la declaración de independencia no incluyeron a la abolición de la esclavitud.  Tampoco fue mencionada expresamente en la Constitución, dos décadas después.

Surgieron de este modo, en la práctica, dos países: el de los blancos y el de los negros procedentes de la esclavitud, donde los primeros impusieron su hegemonía, generalmente mediante el abuso y la fuerza.

La Guerra de Secesión de mediados del siglo XIX, lejos de resolver el problema, lo agravó y complicó, sembrando resentimientos que el desarrollo del capitalismo en lo interno y la expansión territorial e imperialista en lo externo se encargaron de profundizar y extender.

La llegada de una masiva emigración latina desde comienzos del pasado siglo añadió un nuevo elemento a esa realidad y le agregó discriminación y maltrato hacia este sector de la población que, por otra parte, resultaba mano de obra indispensable para la economía y el desarrollo del país imperial.

No son nuevos y suman ya una larga lista los asesinatos impunes de hombres y mujeres de la raza negra, de emigrantes latinos o de blancos en condición de pobreza e indigencia a manos de la policía o las condenas injustas que han llenado las cárceles y conducido a muchos a dudosas penas de muerte.

La gigantesca y multitudinaria explosión que tiene lugar en estos días a lo largo y ancho de todo el territorio imperial muestra, sin embargo, algunas diferencias esenciales con respecto a las anteriores y es que, comenzada como rechazo al racismo y la brutalidad policial, rápidamente se convirtió en una vasta protesta social abarcadora de 150  ciudades del país, que involucró conjuntamente en un amplio frente de lucha a representativos de los más diferentes sectores de esa sociedad, habitualmente no coincidentes en sus reclamos públicos.

Un elemento particularmente novedoso y significativo han sido las contradicciones del régimen de Trump con el estamento militar, tan cotejado por el magnate, quienes han manifestado públicamente su negativa a incorporarse a la represión contra los ciudadanos y mostrado su solidaridad hacia los demandantes.

Voceros importantes del estamento militar han sido el hasta hace poco secretario de defensa del régimen actual, general James Mattis y el actual secretario de defensa, Mark Asper, quién condenó el llamado de Trump a aplicar la llamada “Ley de Insurrección” de 1807.

No son pocos los que asocian esta actitud de los militares con la aparición, en plena revuelta, de grupos paramilitares armados –adictos al gobierno– participantes en la represión de las protestas en algunas ciudades utilizando helicópteros particulares.

El origen de estas pandillas armadas pro-Trump ha causado especial preocupación, por cuanto ello se origina a pocos meses de los comicios presidenciales donde las aspiraciones reeleccionistas del mandatario están en juego.

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