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EE.UU. En guerra consigo mismo

4 de enero de 2016

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Mientras en la región del Medio Oriente el año 2015 resultó prolífico en las acciones terroristas atribuidas generalmente al llamado Estado Islámico, aun cuando allí actúan otros grupos de semejante ralea –menos conocidos y con menor financiamiento pero igualmente letales y sin escrúpulos– en el país considerado más desarrollado y rico del mundo (Estados Unidos de América) se acelera la violencia incontrolada, el uso inopinado de cualquier tipo de armamento contra civiles y la consiguiente brutalidad policial como respuesta a una situación, que aunque viene desarrollándose gradualmente desde hace décadas , alcanza ahora magnitudes de espanto.

Académicos, políticos, investigadores, periodistas y todo tipo de analistas que tanto abundan es ese país de notable nivel científico, no acaban de ponerse de acuerdo acerca de las verdaderas razones y las más exactas y reales causas de que este terrorismo múltiple y sin objetivos fijos se haya apoderado de la nación y resurja cotidianamente no solo en las grandes ciudades sino en los parajes y poblados más lejanos, como han sido los casos más recientes.

Los datos que recogen medios de prensa, tanto en Estados Unidos como en el exterior, nos dicen que más de 30.000 personas están muriendo a balazos anualmente y de ellas cerca de 10.000 lo son por asesinato, contándose casi 20,000 suicidios, entre ellos numerosos ex soldados regresados de las guerras punitivas de Afganistán e Irak. Se calculan de este modo 90 muertos al día que significan cada dos meses una cifra superior a todos los estadounidenses que cayeron en Irak y cada 30 días aproximadamente tantos como cayeron en los ataques terroristas de las Torres Gemelas de Nueva York.

No hay dudas de que la cultura de la violencia tiene raíces profundas como uno de los componentes más sobresalientes de ese país desde los lejanos tiempos de las Trece Colonias y que ha tenido expresiones brutales y sangrientas a lo largo de su historia, como fueron la expansión hacia el Oeste: la conquista de la mitad de México; la cruel Guerra de Secesión entre el Norte y el Sur y la participación continua en numerosas guerras de diferente signo que han contribuido a confiar fundamentalmente en las armas como supuesta solución a los conflictos, desde los domésticos hasta los de más alto nivel.

A este complejo escenario habría que añadir el amplísimo mercado de armas y la fabricación de armamento de cualquier tipo por parte del influyente complejo militar-industrial, un equipamiento que es adquirido con facilidad en cualquier esquina, lo cual ni siquiera el gobierno federal ha podido impedir.

El balance es trágico y las perspectivas son inciertas pues los actuales aspirantes presidenciales han sido en extremo discretos al pronunciarse sobre este flagelo terrorista interno que inunda a Estados Unidos y ya no respeta ni escuelas, ni universidades, ni centros hospitalarios…

Al parecer, no siendo suficiente con ir a hacer la guerra en el resto del mundo, el Imperio está hoy en guerra consigo mismo.

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