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Donde las vidas negras no importan

8 de octubre de 2015

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Baltimore, la tierra de esos bellos pájaros de colores brillantes que dieron el apelativo de Orioles al equipo profesional de béisbol local, es nuevamente noticias por las nuevas manifestaciones violentas contra el racismo por segunda vez en menos de cuatro meses.
Cierto que los manifestantes, desbordados, emplean métodos duros en sus ataques contra la policía de una nación que desde hace más de 200 años masacra a su pueblo, inmigrantes y sus hijos, a los nietos, biznietos y tataranietos de los esclavos.
De nuevo, la muerte de un afronorteamericano desarmado por la policía vuelve a ser motivo de encono, como fue el asesinato de Freddy Gray en abril último en esa ciudad de Maryland, en un episodio que ocurre cualquier día en otro estado, y no solo por racismo, sino por desempleo y la violencia que conlleva el capitalismo que acosa a Estados Unidos y la mayor parte del mundo.
Quizás muchos no entiendan esta violencia, porque a simple vista es injusta. Pero es que para tener paz, igualdad y tranquilidad en Estados Unidos nadie debe sentirse amenazado por ser blanco o negro, ni que la policía considere que es más fácil reprimir que respetar los derechos humanos.

 

Sandtown-Winchester

Este es el barrio de Baltimore donde se registra el más alto índice de personas encarceladas, y quizás no solo del estado de Maryland, sino de toda la nación.
Allí más del 20% de las personas adultas están desempleadas, un índice similar a todo Baltimore, donde dos terceras partes de sus 660 000 habitantes son negros, con un cuerpo de policía con diversidad racial; con una alcaldesa, Stephanie Rawlings-Blake, y un comisario jefe, Anthony Batts, afroamericanos, pero con un problema que no se explica como simple racismo.
Es también la desconfianza en el negro pobre, de barrio pobre; es el desdén de los políticos por una comunidad que, o no puede votar porque tiene cuentas con la Justicia o porque no se ha registrado; es la prioridad que se ha dado a desarrollos urbanísticos para viviendas y tiendas de lujo y el acoso policial gratuito.
Según explica Alysshia Jacobs, oriunda de Baltimore y activista política en su juventud, es algo que se sufre a diario con paradas de tráfico injustificadas, pesquisas excesivas, desconfianza y la falta de diálogo.
No hay una sana respuesta que ponga el acento en educación, trabajo y progreso, sino en la declaración de un toque de queda nocturno que se encargan de cumplir miles de miembros de la Guardia Nacional armados con fusiles, porras y que se desplazan en camiones o todoterrenos blindados.
“La alcaldesa lo único que ha dicho es que los estudiantes somos unos matones, no se ha dirigido a nosotros”, critican los líderes estudiantiles.
“Lo que ha pasado no es una sorpresa era una bomba de relojería… la juventud (negra y pobre) no tiene nada que esperar, están cansados”, subraya Jacobs.

Las dos ciudades

Mientras la ciudad (la pobre) espera impaciente que las autoridades depuren responsabilidades, en la ciudad rica la Guardia Nacional se despliega frente a los centros comerciales como “protectores de la comida rápida”, la misión que se atribuyó con sorna uno de los uniformados.
La ciudad también se hizo tristemente famosa por su alta tasa de homicidios, que en las décadas de 1980 y 1990 llegó a ser de unos 300 al año, y que en los primeros meses de este pasan del centenar.
En ese entorno, la policía de Baltimore capeó múltiples denuncias de corrupción, acusaciones de uso injustificado de la fuerza letal y de propinar palizas a sospechosos.
Esas mismas impresiones han motivado las mayores protestas en Baltimore desde 1968, cuando los disturbios generados tras el asesinato del líder de los derechos civiles Martin Luther King, provocaron también el despliegue de la Guardia Nacional.
Pese a que las estadísticas siguen jugando en su contra, son muchos los residentes que creen en las perspectivas de la urbe en la que Edgar Allan Poe escribió su famoso poema “El cuervo” y que, durante casi toda la década pasada, se atrevió a llevar el eslogan de “La mejor ciudad de Estados Unidos”.
Pero hoy día está reflejada mejor en la serie “The Wire”, como una urbe dividida en dos: un núcleo revitalizado que busca recuperar su antiguo papel como motor económico y un cóctel combustible de pobreza y crimen que apenas necesitaba una chispa para estallar.
Y es que allí, en Baltimore –como en otros muchos lugares en Estados Unidos– las vidas negras no importan.

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