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Donde enfermarse es un “dolor”

11 de noviembre de 2015

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Si el cómico francés Pierre Etaix –un amigo de Cuba– planteaba como algo inexcusable que “Solo cuenta la salud”, en un filme de igual nombre, atisbos de la buena serie televisiva norteamericana Sala de Urgencias (Emergency Room) indica como el buen esfuerzo de un conglomerado médico puede ser salpicado en una nación donde el lucro ahoga las buenas intenciones.
Así, fusiones farmacéuticas se equiparan al quehacer de la producción de armas que sostiene a un sinnúmero de transnacionales de la muerte, cuando se conoce que el indudable y meritorio avance científico en la Medicina allí solo sirve a los ricos, capaces de pagar pastillas que pueden aliviar, liquidar o aminorar las peores enfermedades, con precios incrementados en por cientos astronómicos.
Pero esto es lo que pudiéramos llamar “una cuestión de altura”, por calificarlo de algún modo, cuando se advierte a las personas que piensan visitar a Estados Unidos que es primordial que tenga un seguro médico, sin que esto pueda constituir un alivio.
No hay nada de exageración sobre un país que con tan grandes avances científicos pudiera llevar la total gratuidad de la atención médica a sus 300 millones de habitantes, pero eso es imposible cundo el capitalismo se practica salvajemente.
Así, el presidente norteamericano, Barack Obama, ha tratado de llevar cierto alivio, solo eso, a una población con menos recursos, tratando de elevar de 36 millones a 54 millones las personas que obtengan un seguro.
Desde 2013 se ha reducido un 35% el número de personas que no contaban con un seguro médico, y el gobierno obliga a empresas con más de 50 empleados trabajando a jornada completa que les pague parte de este.
Esto, según las empresas, incrementa mucho los costes y un 21,6% de estas aseguraban que despedirían a gente si no podían hacer frente a ese gasto. Los estadounidenses tienen una postura muy tajante con este asunto: no quieren pagar con sus impuestos la sanidad de otros. Un 41% apoya el sistema, mientras que un 43% está en contra. Con una nación tan dividida y con la oposición del Partido Republicano (la ha intentado revocar 50 veces desde su aparición) resultará complicado en un futuro que pueda mantenerse como tal.
Al norteamericano medio, el seguro le supone unos 8 800 dólares al año, lo cual provoca que, por no poderse asegurar, perezcan unas 45 000 personas en ese lapso, aunque aun más bochornoso es conocer que el número de muertes por errores en el sistema de salud estadounidense se calcula entre 210 000 y 400 000 cada 12 meses, según un análisis del Journal of Patient Safety. El resultado conmocionó al gremio de la salud en Estados Unidos.
Al efecto, uno de cada siete beneficiarios del Medicare sufre complicaciones por errores médicos
¿Qué puede ocurrir en una sala de hospital que provoque semejantes pérdidas? Los galenos pueden prescribir un tratamiento desacertado o cometer un desliz en el seguimiento de sus orientaciones. Las víctimas sufren con frecuencia infecciones post operatorias –por instrumentos quirúrgicos olvidados en su interior, por ejemplo. El peor de los errores, por amplio margen, son las úlceras por presión, eso que conocemos comúnmente como escaras.
Las consecuencias de los errores médicos trascienden la salud personal o el drama de las familias. Los cálculos más recientes elevan a cerca de 20 000 millones de dólares las pérdidas asociadas a estos yerros, la mayor parte debido a costos médicos adicionales.
Pero esa sangría financiera beneficia en la práctica a hospitales y centros de salud en general, que cobran a las aseguradoras por los servicios realizados. Las complicaciones derivadas de los malos procedimientos incrementan la estancia de los pacientes y la necesidad de nuevos tratamientos. Como consecuencia, las compañías de seguro y el gobierno –en el caso del Medicare y el Medicaid– desembolsan cuantiosas sumas.
La reforma de salud del presidente Barack Obama penaliza a los hospitales por ciertas readmisiones y las infecciones intrahospitalarias.
Las causas profundas de esta “epidemia” podrían hallarse en la complejidad del sistema de salud, la presión sobre médicos y enfermeras, el temor al descrédito profesional si se revelan las equivocaciones e, incluso, el honesto desconocimiento de por qué todo terminó mal.
Las estadísticas sugieren la magnitud del problema, pero no pueden dibujar un cuadro exacto de la ¿seguridad? en los hospitales de Estados Unidos, donde enfermarse es un “dolor”.

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