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Donald… Monroe ante la ONU

27 de septiembre de 2018

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Corría el año de 1823. Es decir, hace hoy 135 años que nació aquella idea convertida en doctrina, de “América para los americanos”.

Para esa fecha, James Monroe ocupaba la presidencia de Estados Unidos. Era el quinto mandatario luego de la independencia. Fue soldado, abogado, senador, gobernador, secretario de Estado y secretario de Defensa.

Queda claro ahora que este señor tenía mucho más aval de trabajo y de jerarquía política que quien se presenta ahora ante Naciones Unidas, con la misma filosofía de aquella época.

Pero la citada Doctrina no fue elaborada por él. La concibió y redactó John Quincy Adams, aunque le fue atribuida a Monroe y por eso lleva su apellido.

Se erigió como una advertencia a las potencias europeas de entonces para que ninguno de ellos interfiriera en América. Era enfática en cuanto a que ““América para los americanos”, significaba que Europa no podía invadir ni tener colonias en esta región. Desde entonces los americanos –entiéndase norteamericanos– ya eran capaces de distribuirse zonas de influencia y daban al Viejo Continente la responsabilidad de los asuntos de Asia y África, pero advertía que América les pertenecía a los americanos, o lo que es igual a los nacidos en Estados Unidos de América.

Hoy la variante de Donald Trump o Donald…Monroe, tiene aplicaciones más actuales, imperiales y militares, y el propósito, además de una América para los americanos, se extiende a un mundo a la medida de cómo lo conciba el magnate presidente y su equipo de multimillonarios blancos.

El documento elaborado en 1823 tuvo correcciones y añadiduras en 1904, cuando el entonces presidente Theodore Roosevelt escribió que si un país europeo amenazaba o ponía en peligro los derechos y propiedades de ciudadanos y empresas estadounidenses, el gobierno de EE.UU. estaba obligado a intervenir en los asuntos de ese país para “reordenarlo”.

Hoy, la tesis de Donald Trump, aunque con el mismo estatuto de 1823, no solo advierte, sino que actúa contra cualquier nación en todo el mundo, siempre y cuando no se avenga a los intereses de Estados Unidos.

El centro de esa política ahora está dirigido a América Latina –por muchos años patio trasero de Washington– y no por casualidad Trump amenaza con actuar militarmente contra Venezuela; promover planes desestabilizadores con el propósito de tumbar gobiernos populares elegidos democráticamente por el pueblo y usar el bloqueo económico y comercial aunque afecte, además, a terceros países socios de la Casa Blanca.

Con semejante estrategia, apareció Trump ante la ONU y allí advirtió que: “Aquí en el hemisferio occidental, estamos comprometidos a mantener nuestra independencia de la intrusión de potencias extranjeras expansionistas”,

“Ha sido la política formal de nuestro país desde el presidente (James) Monroe que rechacemos la interferencia de naciones extranjeras en este hemisferio y en nuestros propios asuntos”, agregó.

Sobrarían otros párrafos del discurso del presidente de Estados Unidos. Lo real es que quienes ocupaban butacas en la sala de la ONU, unos rieron ante tantos disparates salidos de un mismo personaje; otros comprobaron cuán frágil es la institución encargada de la paz mundial, y muchos quizás se hayan convencido de que vivimos uno de los peores momentos para la paz y la existencia misma de la humanidad.

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