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Difícil, pero no imposible

31 de enero de 2017

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El presidente de El Salvador, Salvador Sánchez Cerén, quien asumió hace algunos días la presidencia de la CELAC, tienen ante sí la tarea de coadyuvar a la unidad del organismo, cuestión en la que no dudo hará todos los esfuerzos necesarios al respecto, independientemente de las nocivas corrientes neoliberales de los últimos tiempos, impuestas por gobiernos de derecha en importantes naciones del cono sur.

No obstante, pienso que el mandatario está llevando una tarea aún más difícil, pero que es necesaria para su país y la región centroamericana y, de tener éxito, estará situando un precedente que ni los más reaccionarios entes podrán ignorar.

De por sí, los aprestos del ex jefe guerrillero han demostrado la certeza del programa que lleva a cabo para disminuir la delincuencia y quitar a El Salvador como uno de los países más violentos del mundo.

En este contexto, el mandatario ya había gestionado con otros factores de la sociedad –entre ellos medios privados– la promoción de un plan que contempla 124 acciones y una inversión de 2 000 millones de dólares en cinco años. Cada una de esas acciones contiene una descripción de sus costos, metas y objetivos, explicó el coordinador del Plan de Naciones Unidas para el Desarrollo, Robert Valent, quien formó parte del equipo técnico que elaboró el documento.

Y el plan ha ido teniendo efecto en sus dos primeros años, no obstante las tergiversaciones de la derecha, principalmente del opositor partido ARENA, connotado en el pasado por sus crímenes de todo tipo, como el de monseñor Carlos Arnulfo Romero y varias religiosas.

Cuando Sánchez Cerén asumió la presidencia salvadoreña el país tenía un panorama desastroso, con un gran abandono de la juventud, que durante años fue emigrando a otras naciones, principalmente Estados Unidos, donde se crearon las pandillas conocidas como maras, en la ciudad californiana de San Francisco.

Solo en El Salvador, hay unos 50 000 integrantes de estas pandillas juveniles, 10 000 en las cárceles, y responsables del 49% de las muertes violentas.

El anterior gobierno progresista de Mauricio Funes logró que algunas de esas pandillas renunciaran a la violencia entre ellas, al tiempo que fue aislando a los presos más violentos en las cárceles, con el fin de evitar lo que estamos ahora presenciando en diversos presidios de Brasil.

Por supuesto, este es un problema que no se puede resolver de la noche a la mañana y mientras persista un sistema en el que aún predomina la inequidad, la desigualdad, los prejuicios y la violencia familiar.

Ello hace que muchos hayan intentado llegar a Estados Unidos, donde no hay panacea alguna. Hay que señalar de forma general que por su conformación social, tanto en su lugar de origen como en su lugar de destino, hay una gran masa de jóvenes sin oportunidades laborales, sin educación, quienes se sienten excluidos donde nacen y en la nación receptora.

Así, son caldo de cultivo ideal para el crimen organizado que les encarga tanto de manera directa como indirecta, realizar acciones delictivas de todo tipo, desde pequeñas actividades a nivel de barrios o vecindarios, hasta acciones tipo comando de asaltos o crimen por encargo, ligado a actividades de drogas, su comercialización y las disputas de mercado entre bandas rivales.

Este problema es el que encara Sánchez Cerén en El Salvador, donde ha logrado cierto apoyo para el logro de 250 000 empleos, e incrementar la presencia del Estado en los 50 municipios más violentos, con servicios de prevención, atención a las familias, asistencia a las víctimas y ampliación de espacios públicos.

Una acción positiva que merece ser seguida, estudiada y será tema obligado, más detallado y explicativo, de la futura atención periodística.

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