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Difícil de roer

3 de julio de 2019

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Recep Tayyip Erdogan ya no es el mismo de hace tres años, y no puede esconder el asentamiento de fastidio hacia Donald Trump, vigente desde hace tres años, cuando Estados Unidos manejó los hilos de un golpe de Estado para hacer que Turquía siguiera aún más la política norteamericana contraria a China, Irán y Siria.

Pero Estados Unidos no solo no ha conseguido esto último, sino que el mandatario de Turquía ha sido consecuente con una política contraria a la hostilidad norteamericana contra Venezuela, ofreciéndole ayuda en varios campos, la más reciente en el de la salud, cuando junto con Cuba se ofreció a atender a los enfermos venezolanos que necesitarán trasplante de órganos.

Asimismo, demostró independencia cuando visitó a Cuba el pasado año y coordinado políticas para ayudare al desenvolvimiento del legítimo gobierno de Nicolás Maduro.

Erdogan nunca se ha recuperado del enojo por la forma en que sus aliados manejaron las horas posteriores al anuncio de un intento de golpe de Estado en julio del 2016. El líder turco también está molesto por el apoyo estadounidense a la milicia kurda que EE.UU. preparó para supuestamente luchar contra los terroristas, pero era para hacerlo contra el Ejercito Árabe Sitio, bajo promesas de ayudar a crear el sueño del Kurdistán con territorios de Siria, Iraq, Tayikistán y Turquía.

A principios de este 2019, Erdogan amenazó a las tropas estadounidenses con una “bofetada otomana”, si EE.UU. intentaba bloquear la incursión militar de Turquía en el noroeste de Siria, la zona kurda conocida como “el Triángulo de Hasaka”, lo cual hizo que las autoridades norteamericanas ayudaran a desplomar la lira turca.

Una fuente importante de disputas ha sido la negativa de EE.UU. a entregar al clérigo turco radicado en Pensilvania Fatula Gulen, un antiguo aliado de Erdogan y ahora un enemigo, a quien el mandatario culpa de estar detrás del golpe del 2016 y otros intentos por destituirlo.

La cancelación por Trump del acuerdo nuclear con Irán es otro punto insidioso, ya que la mitad de las importaciones de petróleo de Turquía proviene de Irán, y el gobierno turco sostiene que la reimposición de sanciones contra Teherán perjudica también a la economía de su país.

La administración estadounidense ha guardado silencio sobre otras detenciones de ciudadanos estadounidenses en Turquía, pero estaba lista para llegar a un acuerdo para la liberación del pastor Brunson. Washington ya había pedido a Israel que liberara a Ebru Ozkan, un ciudadano turco que fue arrestado allí bajo sospecha de ayudar a Hamas.

De todos modos, el apoyo estadounidense a Turquía no se desmoronará en un día. La relación funde sus vínculos en múltiples niveles, tanto dentro como fuera del gobierno, y por muy buenas razones, como afirman Asli Aydıntaşbaş y Kemal Kirisci en un documento publicado por Brookings en abril del 2017.

Por malo que parezca, Ankara es crucial para Washington, porque sin Turquía es difícil ver cómo se podría sostener un orden mundial basado en las normas de EE.UU. en esa región. Es más difícil aún imaginar una política exitosa imperialista en Oriente Medio sin reconocer a Turquía como jugador relevante para ese fin.

Del mismo modo, posiblemente no haya naciones de mayoría musulmana además de Turquía que puedan servir como un puente con el mundo occidental, aunque sea, dentro de los parámetros democráticos a los que los turcos se han acostumbrado, y EE.UU. que, en realidad, es una falsa democracia, sabe acerca de eso.

Pero Erdogan es difícil de roer, y avalada por la mayor parte de su pueblo, no acepta imposiciones estadounidenses, y a las amenazas de Trump en uno y otro sentido, aumentó los aranceles a varios productos de origen estadounidense, sin importarle que crezca la tensión bilateral.

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