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Desigualdad inalterable

12 de junio de 2013

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No importa que se esté al borde de una debacle económica: la borrachera consumista se prolonga en Estados Unidos, muy pegada al tuétano en los más pudientes y envidiada y tratada de ser copiada por quienes menos tienen, perennemente engañados por una propaganda que les hace posponer el enfrentamiento con otros problemas más profundos, como el que ni un solo ejecutivo financiero ha sido encarcelado por participar en el robo de la riqueza nacional.
Contábame un visitante latino que desde hace decenas de años vive en Swanee, un pequeño poblado del estado norteamericano de Atlanta, que allí parece el paraíso cuando se recortan los impuestos, porque aumenta el consumo, y a nadie le llega información fidedigna sobre cómo se enriquecen aún más los ya super-ricos en Estados Unidos.
En Swanee, como en el resto del país, se tiene el inconveniente del enfrentamiento a restricciones presupuestales en la medida que los ingresos por cobros de impuestos caen en picada, por lo que se ven obligados a recortar sus gastos, profundizando la baja económica.  Y es que en el capitalismo se necesita gastar más, no menos, y su economía debe ser reconfigurada para reflejar nuevas realidades, incluyendo el calentamiento global.
Para el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz –enemigo de ese capitalismo salvaje- se necesitan trenes rápidos y plantas eléctricas más eficientes, al tiempo que o se elevan los impuestos o se reducen los gastos, y propone algo que el establishment considera un insulto: los norteamericanos de mayores ingresos pueden pagar impuestos mayores.
Considera que por el hecho insoslayable de que habría fuerte resistencia a la elevación de los impuestos, el énfasis habría que ponerlo en los recortes. Pero en Estados Unidos los gastos sociales son tan escuálidos que habría poco que recortar.
“En verdad –señala el economista– nuestro país sobresale entre las naciones industrializadas por su inadecuada protección social. Los problemas con nuestro sistema de salud, por ejemplo, son reconocidos. Resolverlos significaría, no solo mayor justicia social, sino mayor eficiencia económica.”
Quizás en todo esto hay que destacar que Estados Unidos depende en gran medida del presupuesto de guerra, llamado eufemísticamente de defensa, donde el Imperio emplea alrededor del 42% de su recaudación impositiva para combatir enemigos inexistentes, pero que los crea mediante una propaganda bien dirigida e instrumentos tanto de represión como de inteligencia.
“Las leyes de la naturaleza y las leyes de la economía no perdonan. Podemos maltratar nuestro entorno, pero solo durante un tiempo. Podemos gastar más allá de nuestras riquezas, pero solo durante un tiempo. Hasta la nación más rica del mundo ignora las leyes de la naturaleza y la economía a su propio riesgo”, expresa Stiglitz, quien concluye con lo que admite es una amarga verdad que no se enfrenta por los gobiernos anteriores y este de Obama, a pesar de que se conoce: el 1% de los estadounidenses controla ahora el 40% de las riquezas del país, y cada año goza de una cuarta parte del ingreso nacional.
Pero mientras a los habitantes de Swanee y al resto de los más de 300 millones de norteamericanos se les bombardea con la retórica de que hay que hacer ajustes para reducir el déficit y la deuda gubernamental, lo cierto es que la nación tiene muchas riquezas, solo que está en manos de los bancos y de esos hiper-ricos.
Y es que continúan los efectos de la crisis, negativa para los trabajadores, positiva para los magnates, por lo que las grandes empresas pueden festejar su prosperidad, mientras en el resto de la nación más rica del mundo millones de personas asoladas por una desigualdad inalterable, pueden tener uno estos tres males: desempleo, pérdida de la vivienda e “inseguridad alimentaria”.

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