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Desafiando la injusticia

4 de septiembre de 2018

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En las horas finales de este lunes aún no se conocía si se seguiría insistiendo con la injusticia brasileña para que vuelva a considerar el asentimiento a la candidatura de Luiz Inácio Lula da Silva para las elecciones presidenciales de octubre próximo, o si su compañero de fórmula, el candidato vicepresidencial, Fernando Haddad, lo sustituirá ante la realidad de que la derecha, que controla al gigante suramericano, no permitirá la segura victoria de un líder popular que evitaría que se siguieran robando las riquezas del país.

La situación no es fácil, porque ante la posible ocupación por Haddad del lugar dejado por Lula, la Fiscalía General de Sao Paulo ya ha pedido la suspensión de sus derechos civiles, utilizando el conocido  falso montaje de que utilizó fondos millonarios para la campaña electoral del 2012, que lo llevó a ocupar la alcaldía de la mayor urbe brasileña.

Es decir, contra este político de 55 años, cristiano y de origen libanés,  se vuelve a utilizar otra falsedad, avalada alegremente por los medios masivos controlados por la derecha, que son la inmensa mayoría.

Se unió al PT a los 20 años de edad, pero no fue hasta el 2005 cuando asumió un cargo de mayor rango, el de ministro de Educación. Haddad lideró la cartera hasta 2011, durante los gobiernos de Lula y de su sucesora, Dilma Rousseff.

Renunció al cargo de ministro para convertirse en candidato a alcalde de Sao Paulo, lo que logró finalmente en segunda vuelta con el 56% de los votos con el lema “Un hombre nuevo para un tiempo nuevo”. Sin embargo, en la campaña para la reelección en el 2016 ni siquiera alcanzó la segunda vuelta.

También se ha hecho hincapié en que Haddad, un intelectual, no se comunica fácil con la masa de trabajadores, como sí lo hace Lula, lo cual conlleva un serio reto al Partido de los Trabajadores, que tendrá que maniobrar en muy corto tiempo para hacer comprender al electorado de izquierda y progresista en general que lo que se está jugando en esos comicios es la afirmación de un proyecto partidista,  que es el mismo predicado por Lula, fundador del PT.

 

Lo que hay que tener en cuenta

Ante todo, es preciso tener en cuenta que, en Brasil, el aparato del Estado nacional siempre fue fuertemente controlado por los intereses privados de los estratos económicos dominantes. Su carácter patrimonialista, presente desde su formación, fue reproducido por un capitalismo tardío, incluso a lo largo de la historia brasileña reciente.

Gleisi Hoffmann, presidenta nacional del Partido de los Trabajadores de Brasil, ha subrayado que se trata de un Estado privatizado, muy permeable a las presiones del capital, pero aún resistente a la incorporación de las reivindicaciones de los sectores populares en sus políticas y en su proceso de toma de decisiones.

Por eso, vemos como los movimientos sociales organizados fueron criminalizados, obedeciendo a la lógica represiva de tratar la cuestión social como “asunto policíaco”, situación que ahora se repite con el golpe de Estado contra Dilma Rousseff y el injusto juicio para eliminar a Lula como bandera del pueblo.

Esas limitaciones y características del sistema político brasileño también se extienden, en alguna medida, a los partidos políticos. De hecho, las agrupaciones políticas brasileñas fueron formadas, en su mayoría, “de arriba hacia abajo” y tienen un bajo grado de inserción orgánica en la sociedad, al igual que un reducido nivel de definición política e ideológica.

Se trata, en realidad, de grupos políticos formados para atender, de forma muchas veces inmediatista y segmentada, a intereses específicos de personas o grupos de personas. Hay, por lo tanto, un elevado grado de búsqueda de ventajas personales a través de la política —el llamado «fisiologismo»— en el sistema partidario brasileño. En Brasil, los partidos son, en general, estructuras frágiles, con bajo nivel de enraizamiento social, que buscan su inserción en el aparato del Estado para sobrevivir y lograr la representación de sus intereses inmediatos.

Tal falta de sedimentación de una estructura partidaria se combina con un Estado que todavía presenta un carácter esencialmente patrimonialista, limitante de la democracia brasileña y de su capacidad de llevar adelante proyectos políticos de largo plazo que den respuesta a los desafíos estratégicos de Brasil.

El PT constituye una notable excepción de esa regla. Al contrario de muchos partidos brasileños, que fueron creados por grupos políticos dominantes cuyos intereses ya estaban incrustados en el aparato del Estado, el Partido de los Trabajadores tiene su origen en la lucha específica de la clase obrera por mejores condiciones de vida y en la lucha más amplia de resistencia a la dictadura y por la redemocratización de Brasil, que reunió a diferentes organizaciones políticas y militantes de movimientos sociales, sectores populares de la iglesia y exponentes de la intelectualidad.

Así, el legado de los gobiernos del PT, más que ofrecer la memoria de un pasado de grandes realizaciones, puede ofrecer la del futuro de un modelo que extrapole la repetición fracasada del neoliberalismo hegemonizado por el capitalismo financiero.

Esto es lo mejor que se puede ofrecer por el momento al martirizado pueblo brasileño, y lo que deberá mantener cualquiera de los posibles sustitutos de Lula, sea Haddad, o no, quizás la propia Hoffmann, siempre para desafiar la injusticia.

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