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Deporte, economía y política

17 de agosto de 2021

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Los Juegos Olímpicos Tokio 2020, recién concluidos tras complicada etapa de organización y realización que determinaron su aplazamiento hasta 2021 como consecuencia de la devastadora pandemia COVID-19, constituyeron un éxito deportivo, según coinciden en apreciar numerosos analistas y observadores desde muy diferentes posiciones y lugares del mundo.

Coinciden en reconocer los esfuerzos de los organizadores y los países concurrentes –cada uno acorde con sus posibilidades en tan difícil momento universal– del gobierno y el comité organizador japonés y del Comité Olímpico Internacional y las federaciones internacionales de los deportes participantes.  Este reconocimiento incluye a Atletas, entrenadores, árbitros, jueces y personal voluntario de apoyo; en primer lugar a médicos y enfermeros que lograron mantener en niveles mínimos los inevitables efectos de la pandemia en medio de un evento de tales magnitudes, rodeado de peligros sanitarios.

Otros comentaristas más agudos han señalado que los elevados costos de la Olimpiada, –calculados en unos 15 mil millones de dólares– fueron exagerados y que una cantidad tal puede considerarse como derroche en momentos tan trágicos para la humanidad, en especial para los países y sectores sociales más empobrecidos los que bien pudieran haberse nutrido con buena parte de esos gastos, que irán a enriquecer a una minoría ya beneficiada por la bonanza en medio de la desigualdad y la pobreza generalizada y agravada por la pandemia.

Sin embargo, para poder entender lo ocurrido debe tenerse en cuenta que desde hace varias décadas el capitalismo neoliberal engulló al deporte y lo convirtió en lucrativo negocio, comercializándolo al extremo y profesionalizándolo prácticamente en su totalidad, liquidando al deporte aficionado y encerrándolo en ámbitos mínimos.

Otro tanto sucedió con la desnacionalización de los atletas, que barrió también con las diferencias nacionales –esta vez en aras del negocio, creando situaciones absurdas y en otro tiempo incomprensibles, como que un país quede representado por deportistas que en su mayoría no nacieron en él y fueron adquiridos en una operación de compra.

Tampoco la política quedó ajena al deporte a escala internacional. Resulta cada vez más evidente que Estados Unidos y las llamadas “potencias occidentales” tratan  de convertirlo también en escenario para su política imperial de sanciones, venganzas y discriminaciones, tal como demostraron las reiteradas agresiones contra Rusia en el seno del olimpismo.

Al margen de que pasarán a la historia inmediata como un éxito deportivo, los juegos de Tokio confirmaron en la realidad que la articulación y el entrelazamiento entre el noble ideal olímpico concebido por el Barón de Coubertain y sus fundadores, con el capitalismo neoliberal y la política imperial, bien poco o nada tienen que ver.

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