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Denuncias desde los ataúdes

11 de julio de 2016

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El informe presentado esta semana en Londres, o más bien, entregado a la Reina por su asesor y autor del documento, John Chilcot, sobre la participación de Gran Bretaña en la guerra impuesta por Estados Unidos contra Irak, aparece como una contundente denuncia desde los ataúdes en que regresaron a tierra británica los 200 militares de ese país muertos durante la contienda.
La agencia británica Reuters señala al respecto que el Informe reabre las heridas de la guerra en Irak que llevaron adelante George Bush y Tony Blair con el apoyo de José María Aznar, en la que murieron más de 200 británicos y al menos 150 000 iraquíes (hay fuentes que refieren no menos de un millón de iraquíes muertos o desaparecidos).
De acuerdo con los datos aportados por Chilcot, queda claro que la invasión a la nación árabe se llevó adelante usando la bandera de informaciones equivocados sobre la supuesta presencia de armas de destrucción masiva.
En 12 volúmenes, que contienen nada menos que 2,6 millones de palabras, se refleja la acción mancomunada del entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush y el ex primer ministro británico, Tony Blair, ambos convertidos en verdaderos genocidas, a los que nunca la justicia occidental ha tocado a sabiendas de que emprendieron una guerra ilegal, sin el consentimiento de Naciones Unidas y usando métodos atroces y armas prohibidas como el uranio empobrecido.
El cinismo de estos autores de la guerra es tal que la reacción de Tony Blair ante el informe acusatorio de su conducta, fue la de decir que “no se arrepiente de la decisión de invadir a Irak”.
Esa contienda bélica, aun sin acabar y con secuelas horribles, fue considerada por la propia ONU como una “guerra ilegal”.
Por su parte, el diario británico The Guardian, al referirse a la investigación ahora dada a conocer por Chilcot, aseguró que los países invasores, Estados Unidos y Reino Unido, “lucharon severamente” para conseguir el control sobre el oro negro iraquí luego de derrocar al régimen de Saddam Husein.
No es casual que ocho meses antes de la invasión a Irak en el 2003, el entonces primer ministro británico Anthony Blair ofreció apoyo “pase lo que pase” al expresidente de Estados Unidos George W. Bush en su decisión de ir a la guerra, de acuerdo con la información conocida ahora.
El denominado Informe Chilcot señala textualmente que la implicación militar de Reino Unido en Irak desembocó en la “humillante” decisión de llegar a acuerdos con milicias enemigas porque las fuerzas británicas estaban muy mal equipadas y había una planificación y preparación “totalmente insuficiente”. El Ministerio de Defensa planeó la invasión a la carrera y fue lento en su reacción a las amenazas de seguridad sobre el terreno, en especial al uso de artefactos explosivos improvisados que mató a muchos militares, dice el documento.
El propio texto refiere que Tony Blair siguió ciegamente a Estados Unidos. Al respecto se cuestionan sus declaraciones posteriores en cuanto a que “tomamos la decisión correcta, el mundo está mejor y es más seguro”.
Creo que no puede pensarse de manera seria y responsable que luego de la invasión y ocupación de Irak el mundo esté más seguro. Todo lo contrario. Se han exacerbado conflictos. Han aparecido grupos terroristas como el denominado Estado Islámico cuyas acciones solo pueden compararse con la de los militares norteamericanos y británicos que mataron, torturaron y humillaron a millones de iraquíes; destruyeron o robaron parte de su patrimonio cultural e histórico, y saquearon sus riquezas.
La víspera de aparecer este extenso informe en Londres, desde Washington el señor Josh Earnest, portavoz del presidente Barack Obama, dijo que “el Presidente ha tenido que tratar con las consecuencias de aquella funesta decisión”, por lo que es importante que “aprendamos las lecciones de esos errores”.
Por cierto, no parecen corresponder a la verdad tales aseveraciones, porque Obama hizo suya la guerra en Afganistán y ha hecho muy poco para detener la guerra en Siria.

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