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Democracia en paños menores

31 de agosto de 2016

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No es la primera vez, ni creo que sea la última, que la “democracia mediática” hace gala de sus recursos económicos, intereses políticos y capacidad de influenciar en sectores oligárquicos, para armar un show como el que se acaba de realizar en el Congreso de Brasil.
Aunque ya la decisión —léase sentencia contra la presidenta Dilma Rouseeff— era una “jugada cantada”, fue sometida a un intenso interrogatorio aún cuando nadie pudo aportar pruebas de los actos ilegales por los que se le acusa.
Estaba clara la envestida. Solo se trataba de un ejercicio que pudiera reflejar —ante los brasileños y la comunidad internacional que seguía el juicio a través de los medios de prensa— que los golpistas estaban “respetando” el más estricto derecho democrático, cuando Dilma se defendía ante la acción de buitres que no estaban dispuestos a ceder en detrimento de su presa mayor: el poder.
Vale recordar que en el gigante sudamericano solo cinco familias multimillonarias son dueñas de casi el 90% de los medios de comunicación; de ellos, por supuesto, los emporios de la televisión, la radio y la prensa escrita.
Dentro del propio Congreso, una buena cantidad de senadores y diputados forman parte, directa o indirectamente, de ese poder mediático que sustenta el poder económico.
Y cuando de poderío económico se trata, son los magnates que lo controlan y dominan todo, los que, con sus cuantiosos recursos, son capaces de comprar hasta el alma del diablo, si sus intereses se ven en peligro.
Para el mundo, que conoce de esta realidad brasileña a través de los grandes medios controlados por una derecha recalcitrante y poderosa, es más “visible” el supuesto sustento democrático del debate o juicio político escenificado contra la mandataria brasileña, que el trasfondo que se trata de ocultar cuando ya la condena estaba decidida.
Los treinta minutos consumidos por Dilma en su discurso inicial, fueron más que suficiente para mostrar de manera convincente la verdadera cara del golpe que allí se tramaba.
Se estaba votando no solo contra la presidenta, sino contra la democracia y la estabilidad del país. Se estaba fracturando de manera irreparable el entramado jurídico que sustenta la Constitución, leyes y demás normativas vigentes.
Y lo más grave de todo, con el golpe mediático-parlamentario contra la presidenta que había sido electa por el voto democrático de más de 54 millones de brasileños, se pone en peligro —en verdadero e inminente peligro— todo el programa social emprendido durante los años de gobierno del Partido del Trabajo (PT), primero bajo la batuta de Lula y luego de Dilma.
¿Cuál será el presente y el futuro del plan para facilitar vivienda a cada brasileño?
¿Qué pasará con los millones de pobres de los más apartados parajes de la geografía de ese país, que habían sido beneficiados con los planes de salud, buenos y gratuitos, emprendidos durante el gobierno de Dilma?
También vale preguntarse cuál será la reflexión que harán quienes dentro y fuera del Congreso, no han sido consecuentes con los principios que juraron tener y cumplir, y que cedieron ante la arremetida mediática-parlamentaria de quienes tienen la mirada puesta en el dinero, aunque la cacareada democracia cabalgue en paños menores.

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