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Democracia a la carta

30 de octubre de 2017

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La llamada democracia representativa constituye, sin lugar a dudas, una de las fórmulas más adecuadas para que la derecha y la reacción impongan sus puntos de vista en cuestiones tan importantes como unas elecciones presidenciales.

Si ellos ganan en esos comicios es un triunfo de la democracia, pero si pierden, hubo fraude, violaciones, se atenta contra la democracia, sin importar cualquier cantidad de observadores internacionales o la técnica más moderna para contabilizar los votos.

Ejemplo existen en casi todo el mundo, con algunas honrosas excepciones, pero en el caso de América Latina, al igual que en otras regiones del llamado Tercer Mundo (prácticamente ya no se utiliza este término) es pan comido y los ejemplos no son del siglo pasado, sino de hace solo unos días, semanas o meses.

Donde más elecciones verdaderamente democráticas y controladas por observadores de reconocida imparcialidad se han llevado a cabo, como en Venezuela, la derecha, no solo la local, sino mundial, critica sus resultados y condena la “violación” de la democracia.

Di se dan golpes parlamentarios en Honduras, Paraguay o Brasil, que de hecho han sustituido los golpes militares que tantos muertos y sufrimiento provocaron en varias naciones, entonces se aplaude a los mandatarios no elegidos por sus respectivos pueblos, ya que vuelve a repetirse la frase de constituir triunfos democráticos.

Destituir mediante un golpe parlamentario a una presidenta electa por la mayoría del pueblo brasileño es democrático, no lo es al parecer procesar por corrupto a quien usurpa el cargo, pero corruptos no condenan a uno de los suyos.

En fin, es lo de nunca acabar. Lo lamentable es que en muchas ocasiones la izquierda o mejor dicho, las izquierdas locales, se prestan al “juego democrático” con la esperanza, quizás, de algún milagro, a pesar de no contar ni con los recursos financieros ni el apoyo de la gran prensa para vencer en ese tipo de comicios.

Creer que las marchas y manifestaciones de protestas, no importa que sean casi diarias, o de huelgas parciales y generales, constituyen la confirmación de formas democráticas de luchas contra gobiernos corruptos e ilegales solo representan una verdad en parte.

Cuando ello represente un verdadero peligro para el poder imperante o sencillamente se “pasen de la raya” en el juego democrático, las cosas vuelven enseguida a su lugar, gracias a la represión y el uso de todos los medios para terminar con esas manifestaciones.

El año 2017 ha sido una verdadera muestra que la democracia en la región ha sido “a la carta” y quienes tienen los recursos para pagar el menú se mantendrán en el poder y continuarán explotando a las grandes mayorías que solo tienen la posibilidad de protestar, pero solo hasta el punto donde no constituyan verdaderos peligros para cambiar lo establecido por la derecha y la reacción.

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