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De pillos y pillajes

5 de junio de 2015

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Los recientes golpes electorales a los partidos tradicionales españoles, principalmente al gobernante Partido Popular, y manifestaciones populares que llaman a enjuiciar a los ladrones de cuello blanco, hacen pensar en un obligado cambio en o alrededor de la esfera oficial.
Pero nada ha sucedido en este aspecto, y ello confirma un reciente comentario de que la moda en España es pedir excusas por desvíos de fondos o apropiaciones indebidas. Hasta el presidente Mariano Rajoy se disculpó por una situación similar, en la que también incurrieron personajes allegados a la monarquía, hoy con mejor imagen. Nadie tuvo que enfrentar a juez alguno.
No ha sucedido igual con Rodrigo Rato, quien fue detenido momentáneamente, en lo que la prensa local calificó de “captura a un monstruo engendrado en la burbuja”.
En fin, se llegó a producir una concentración popular en Madrid para reclamar “el fin de la mafia”.
Rodrigo Rato es un personaje que lo ha sido todo en una larga etapa de la política española y estuvo a punto de aspirar a la presidencia del gobierno.
Ahora ha sido investigado por delitos de alzamiento de bienes -ligado a las finanzas que se le exigen en el ‘caso Bankia’-, blanqueo de capitales y fraude fiscal, lo cual resume a la perfección la decadencia de un “sistema democrático”, sin valores cívicos y morales.
Llegó al gobierno con José María Aznar y fue ministro de Economía y Hacienda en la primera legislatura y vicepresidente económico en la segunda, por lo que se le considera con razón el artífice del proyecto económico de la derecha española, tras la dilatada etapa de Felipe González, otro ex presidente asociado al Imperio.
Asimismo, cuando Aznar designó a su sucesor, a las puertas de su retirada para cumplir la promesa de permanecer tan solo dos legislaturas en el poder, Rato compitió con Rajoy y con Jaime Mayor Oreja, y las crónicas cuentan que Aznar optó por el gallego una vez contrastado el escaso entusiasmo que demostraba Rato por aquella alta, delicada y sin embargo embarazosa misión.
De cualquier modo, Rato, aupado por los grandes partidos españoles, consiguió convertirse en el 2004 en director gerente del Fondo Monetario Internacional, cargo del que dimitió frívolamente en el 2007 -por razones personales. El inconsistente argumento que esgrimió para abandonar aquella institución en la que obviamente representaba a su país resultó totalmente inaceptable y ya dio idea de su personalidad voluble e inconstante, incapaz de cumplir una tarea de Estado como la que le había sido encomendada.
El resto de la historia es más próxima y conocida: a su regreso a España, las grandes entidades de crédito del país se rifaban al ex vicepresidente del gobierno. Éste trabajó en la banca de inversión Lazard, de la que pasó a Caja Madrid, con el encargo de sanear la institución, muy dañada por la crisis.
Su desastrosa gestión, que provocó su relevo por el gobierno, se saldó con la imputación a Rato por diversos delitos asociados a la salida a la bolsa de Bankia, así como por administración desleal y otros delitos económicos por las tarjetas Black. También está siendo investigada la relación entre Lazard y Caja Madrid, tras su llegada a ésta, así como el cobro de cantidades multimillonarias por Rato de aquella entidad.
La decadencia del personaje ha concluido de momento con la noticia asombrosa comentada al principio: sin el menor pudor, Rato aprovechó la regularización fiscal para repatriar algún capital de procedencia poco clara, lo que ha provocado la investigación de su patrimonio y le ha acarreado la grave acusación mencionada.
Lo cierto es que mantenía dinero deshonesto en “paraísos fiscales”, y el quebrar ciertas reglas con instituciones norteamericanas, le ha valido el actual escándalo y el peligro de ser juzgado, junto con otras figuras de menor cuantía, con un resultado que no nos extrañaría pasara por alto tanto desliz, así es la situación en España.
Ahora, los medios de derecha tratan de hacer creer que “a este gobierno no le está temblando el pulso, al exigir la debida rendición de cuentas a todos por igual, incluido el patriarca Rato”, pero tal hipocresía no puede tapar con un dedo el clima de lenidad, manga ancha y falta de rigor ético que continúa en España desde los denominados años de la gran burbuja, que engendró monstruos que ahora tratan de sacar de la circulación, con vistas a las próximas elecciones.
Fíjense si es así que con el movimiento Podemos ganando fuerza y encabezando la cada vez mayor lucha contra la desigualdad y la injusticia, el PP aprovechó su mayoría parlamentaria para, en la voz de otro Aznar, “Luisin”, dictar y aprobar leyes que limitan y castigan las manifestaciones.
Lo puede hacer porque tan insana es la época franquista como la actual, en la que el robo del erario público, su reconocimiento y el poco o ningún castigo de ello es algo que trasciende como comidilla de una prensa nada libre, si no ceñida a lo que el o los dueños determinen.
Difícil digerir a una clase gobernante divorciada de la realidad circundante, incapaz de vivir la vida de un pueblo que cada día tiene que luchar para sobrevivir y trabajar en un ambiente adverso.

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