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De los crímenes del Imperio

13 de marzo de 2015

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Bombarderos B-52 norteamericanos “desarmados” volvieron a sobrevolar la zona de las islas en disputa entre China y Japón, en una acción de injerencia y que el Pentágono justificó con un pacto de seguridad de ayuda mutua firmado hace 62 años con Tokio, centrado en la relación de subordinación en la cual quedaron los japoneses, luego de ser vencidos en la Segunda Guerra Mundial; además, ello viola el artículo 9 de la Constitución nipona, que testifica que “la paz es un bien absoluto”.
Los repetidos vuelos de este tipo son la implicación más fuerte de Estados Unidos en una enconada disputa territorial en la región entre China y Japón sobre un conjunto de pequeñas islas deshabitadas en el Mar Oriental de China, en las que se cree hay buenas reservas de petróleo.
Después de la declaración de defensa aérea de China el pasado año, Estados Unidos reiteró el apoyo de su país a Japón, donde permanecen miles de soldados estadounidenses por un acuerdo de seguridad, y que, junto con los que están en Corea del Sur,
constituyen una gran amenaza para toda la región.
En cuanto a la Carta Magna japonesa, el término paz reviste especial importancia, al renunciar al derecho de que el Estado “utilice la guerra, la amenaza o el uso de la fuerza” como un medio de solventar disputas internacionales. En ese mismo sentido, se inscriben los principios proclamados en materia de armas nucleares.
Aun cuando este artículo manifestó los sentimientos pacifistas que alentaban al pueblo japonés, no dejaba de expresar también los intereses imperialistas estadounidenses, empeñados en evitar futuras aspiraciones expansionistas de Japón, no como una vocación de paz, sino para frenar a su competidor. Para la elite japonesa éste era el costo inevitable de su legitimación y del apoyo que recibirían para reconstruir su poder.
El imperialismo norteamericano está consciente de que el pueblo japonés no olvida los crímenes de lesa humanidad que cometieron en el archipiélago.
Precisamente, hace unos días, el 9 de marzo, decenas de miles de habitantes de la capital recordaron el aniversario 70 del bombardeo de Tokio, tergiversado en toda su magnitud en la película norteamericana “60 segundos sobre Tokio”, en el que fueron utilizadas bombas de fósforo y otras 8 250 de 250 kilogramos que a 150 metros antes de tocar el suelo se fragmentaban cada una en 50 bombas de NAPALM.
Así, asesinaron a 130 000 personas, hiriendo a más de 40 000. ¡Ah!, pero ahorraban “humanitariamente” vidas  norteamericanas.
Cuando la propaganda imperialista alega ahora que las acciones punitivas de los aviones sin piloto o “drones” solo exterminan a entes criminales y salvan vidas, minimizando el alto número de las víctimas por los “daños colaterales”, hace recordar que, con igual pretexto, fueron lanzadas las bombas atómicas que devastaron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
Todo es un gran negocio, porque los drones se han hecho tan populares entre los regímenes occidentales y las satrapías árabes que miles de millones de dólares engrosan continuamente las arcas de los entes norteamericanos que perciben sus mayores ganancias de la industria de la guerra.

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