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De la marginalidad a la confrontación

1 de junio de 2018

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Hay experiencias negativas que, cuando no se tienen en cuenta, pueden repetirse en uno u otro país y provocar los mismos o mayores daños que los precedentes.
Nicaragua vive momentos tensos en los que grupos de marginales insertados entre jóvenes y bien pagados por los que se oponen al sistema sandinista, ya han cobrado la vida de más de una decena de ciudadanos y han arremetido contra instalaciones comerciales, radiales y otras, principalmente gubernamentales.
¿Qué pasa en Nicaragua?, me preguntó un médico amigo. Y, para tratar de dar mi opinión al respecto, acudí primero a Venezuela, allí donde las llamadas guarimbas, tuvieron el mismo corte y provocaron iguales daños humanos y materiales.
El objetivo —en Venezuela como ahora en Nicaragua— era y es desestabilizar el gobierno, derrumbar su dirección y favorecer a la oligarquía ansiosa de asumir protagonismo y cumplir así —como ocurre en la gran mayoría de las veces— con las orientaciones venidas desde Estados Unidos y acompañadas de dinero.
Estos males, cuando no se atajan a tiempo, pueden —como demuestran las experiencias— asumir cierto protagonismo mediático y formar parte así del polvorín que se crea para dar la sensación de caos e ingobernabilidad.
¿Pero, cómo detenerlos?, indaga el citado médico.
Vuelvo a la experiencia y recuerdo cuando Cuba fue sometida a todo tipo de provocaciones, bombardeos, infiltración de armas, sabotajes criminales, y hasta la invasión por Girón. La decisiva y rápida respuesta del pueblo, sus fuerzas militares, del orden interior y su certera dirección política, actuaron con valentía, decisión y rapidez para extirpar el cáncer antes que hiciera metástasis.
No hay que renunciar al diálogo, más bien estimularlo, pero no se pueden aceptar imposiciones foráneas ni de mercenarios internos que por unos dólares son capaces de cualquier cosa.
Las leyes se respetan y si no ocurre así, el Estado y sus instituciones tienen la responsabilidad y el deber de hacerlas respetar y no se puede permitir que lleguemos a esa convicción cuando ya sea tarde.
El que quema vivo a una persona —como ocurrió en Venezuela— es simplemente un criminal y como tal la justicia tiene que hacerse.
Los crímenes no pueden formar parte del diálogo, como tampoco el saqueo y quema de edificios públicos, y la violencia de marginales pagados por llamados opositores.
El pueblo, los jóvenes, en su gran mayoría, no aceptan tales actos y defienden los éxitos sociales, los beneficios de salud, educación, cultura, propiciados por gobiernos progresistas con programas verdaderamente populares.
Construir más de millón y medio de viviendas y entregarlas a familias pobres, como ocurre en Venezuela; llevar los servicios de salud a los más intrincados parajes y ayudar a salvar cientos de miles de vidas, es un patrimonio demasiado grande como para ponerlo en juego y permitir que unos delincuentes pagados por opositores, echen abajo esos y otros muchos beneficios sociales, de la Revolución Bolivariana y de la Revolución Sandinista.
En momentos como estos, nunca podemos olvidar el consejo del Che Guevara cuando nos llamó a no ceder ante el imperialismo “ni un tantico así”.
Y la experiencia nos demuestra que detrás de todas estas acciones violentas, las anteriores en Venezuela y las de ahora en Nicaragua, está el poder mayor, el que no se conforma con las crueles sanciones económicas contra nuestros pueblos, y apuesta a una variante de poca monta, la de pagar algunos dólares a marginados para que maten y quemen, mientras también se aúpa y se paga a la oposición mercenaria que pretende llegar al poder a cualquier precio, incluida la sangre de sus propios conciudadanos.

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