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De drogas y otras miserias

5 de julio de 2016

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Cuéntame conocidas de Swanee que este pequeño poblado del estado norteamericano de Georgia no es ya el lugar paradisiaco que conocieron en sus años de niñez, que la violencia y el consumo de drogas es una amenaza perenne en las escuelas, públicas y privadas, tal como sucede en el resto del país donde todo el mundo tiene el derecho a poseer armas, debido a una interpretación obsoleta de una enmienda constitucional que nadie se atreve o ha podido tratar de arreglar.
Angustia incluso ingresar a una universidad, si no se está preparado física y síquicamente, además de económicamente.
Sería interesante tratar en otra ocasión todo lo que ha hecho Estados Unidos para propagar el cultivo y consumo de drogas fuera de sus fronteras, como ha entrenado narcotraficantes para hacer que México se le una militarmente, y como el Banco de Pagos Internacionales (tema de anterior y reciente comentario) protege los archivos y deudas al efecto, que considera inviolables y no se pueden embargar.
La tecnología satelital norteamericana es capaz de asesinar a niños en Iraq, Afganistán y Siria, pero no le interesa detectar barcos y aeronaves que desde sus puertos y aeropuertos despegan cargados de insumos para la mortífera guerra de la droga.
Estados Unidos es el primer consumidor de drogas en el mundo, a la par que el principal productor de marihuana y drogas duras sintéticas, así como, a la vez, es el exportador número uno de armas y municiones para los grupos irregulares que en varios países suramericanos custodian sembrados y rutas de tráfico de estupefacientes.
Aunque organismos de Naciones Unidas indican que la banca estadounidense está seriamente implicada en el financiamiento del sucio comercio, nunca se ha tenido conocimiento de banqueros estadounidenses enjuiciados ni de funcionarios aduaneros detenidos que, curiosamente, no detectan la salida de pertrechos, armas y sustancias químicas hacia los países productores.
Pero mientras este tipo de gente no espera ir a prisión, más de dos millones y medio de norteamericanos se encuentran en las cárceles, las cuales constituyen un buen negocio para las empresas privadas que las administran.
Además, hay buena “materia prima” en las calles de cualquier ciudad, escenarios continuados de derramamiento de sangre. Las ascendentes masacres en las escuelas son muestras de lo anterior, agravado por la falta de escrúpulos de quienes impiden cualquier obstáculo a la adquisición de los más variados artefactos bélicos, como señalé antes. Es un tema recurrente y presente en la propaganda imperial, que ensalza a la fuerza por encima de la inteligencia, y a ello coadyuvan series televisivas, películas, comics y otros engendros de la sociedad de consumo. Así niños y jóvenes son víctimas fáciles de este macabro juego, y hallan normal poseer y saber disparar con armas cortas y largas y disminuir su aprecio por la vida ajena.
Buena muestra del “American Way of Life”, que deprecia y desprecia la vida.

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