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De difícil comprensión

17 de junio de 2014

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Ya son casi dos millones de judíos en el umbral de la pobreza en el propio Israel, con afectaciones mayores a la minoría árabe-israelí-palestina que se quedó a vivir allí después de 1948, y a los ultraortodoxos, pero algunos otros tampoco tienen el nivel de vida acorde con los parámetros de naciones desarrolladas.
Pero eso no se queda ahí, porque el 83% de los ancianos no tienen seguros médicos, se destruye la clase media y aumenta la brecha entre ricos y pobres, mientras un informe oficial del 2012 revela que el 9% de los niños roba para comer y el 23% abandona la escuela.
Es difícil comprender esto cuando muchos hemos asociado la palabra judío a una persona de grandes recursos económicos, extremadamente ahorrativa, con tanto dinero como influencia, que llegó incluso a colaborar con el Tercer Reich, como hizo la poderosa familia Rothschild, asentada en Estados Unidos.
La posterior negativa judía coadyuvó a sentar las bases del muy mencionado Holocausto, con cifras de muertes de judíos ascendente a seis millones, según los historiadores del sionismo y medios de prensa occidentales, y de un millón o mucho menos, por otros menos adeptos.
Lo cierto es que el sionismo tomó cuerpo y logró fuerza, luego del Holocausto, un arma ideológica indispensable, con dogmas centrales que sustentan importantes intereses políticos y de clase. A través de su explotación, una de las potencias militares más formidables del mundo, poseedora de un horrendo historial en materia de derechos humanos, se ha presentado como un Estado “víctima”, y el grupo étnico más exitoso de  Estados Unidos ha adquirido un estatus de víctima en forma similar.
Pero incluso este éxito es limitado a la clase poderosa en EE.UU., no al judío simple, donde el lobby que le sirve maneja las dos vertientes del Congreso, se aprovecha de los cada vez mayores presupuesto militares, mientras que sus líderes en Tel Aviv se jactan de haber enviado varias veces a la lona a su colega norteamericano, Barack Obama.
Al mismo tiempo, sorprende a muchos el real deterioro de la vida de la mayoría de los judíos en todo Estados Unidos, principalmente en Nueva York, donde se asientan casi millón y medio, a pesar de la emigración de un gran número hacia el sur y el oeste, según un estudio de la Comunidad Judía neoyorquina.
Dada la inmigración de judíos de la ex Unión Soviética durante la década pasada, componen un cuatro de la judería de Nueva York, donde la pobreza creciente entre ellos alcanzó el 35%
Y mientras una elite judía se ahoga en dinero, en el propio Israel el 75% de los pobladores están preocupados por  los problemas económicos y sociales
Como se puede apreciar no hay mucho color de rosa en una comunidad a la cual se achacaba que detentaba el emporio económico. Pero ni en el país de origen, ni en las filas de la emigración hay una real felicidad para la mayoría.
Solo sonríen aquellos que juegan a la guerra, expanden su dominio geográfico y excluyen con asentamientos a los pobladores originarios. La soberbia, prepotencia y chapucería alejan las simpatías a un pueblo realmente trabajador, con inventivas y que tanto bien pudiera hacer a la humanidad y, por supuesto, ayudar a muchos de ellos a salir del umbral de la pobreza.

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