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De cambio, nada

9 de julio de 2021

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Con la asunción de Joe Biden a la presidencia algunos conjeturaron cambios en la política agresiva de Estados Unidos hacia otros pueblos, basándose, por ejemplo, en el compromiso del mandatario de retirar las fuerzas militares ocupantes de Afganistán desde hace 20 años, cuestión que ha ido cumpliendo, aunque con máculas.

Pero queda aquello de lo que se propone, pero es el establishment verdaderamente gobernante el que dispone.

Washington, de una u otra manera, sigue interfiriendo en las cuestiones inherentes a los países más pequeños, por lo que, abierta o no, prosigue inmiscuyéndose en los asuntos internos en el Medio Orante, interviene solapadamente en África y no baja su disposición bélica en cuanto a América Latina.

Por ello, ha seguido robusteciendo a las fuerzas de operaciones especiales, las denominadas Seals, que dieron muerte a quien se presumía era Bin Laden, a lo que se suma lo recientemente tratado en este portal (Insensibilización moral) sobre la expansión de las operaciones de los drones, para realizar asesinatos selectivos de personas que Estados Unidos considera terroristas o, simplemente, molestas.

Además, ha intensificado sus acciones de espionaje, incluso a sus propios alados, sin importarle su opinión, a lo que agrega la elección y promoción de socios que favorezcan los proyectos imperiales, lo que se realiza bajo el disfraz del “empoderamiento de la sociedad civil”. Así utiliza a falsas organizaciones no gubernamentales, la Reserva Federal y la USAID, con el fin de canalizar millones de dólares a grupos que se opongan a cualquier gobernante con actitud independiente, como pasó con Evo Morales y Rafael Correa, y ahora con Nicolás Maduro, entre otros.

Asimismo, ha intensificado lo que se denomina ciberguerras, acusando injustamente de ello a Rusia y China, mientras recluta a fuerzas de combate en países cuyos gobiernos ejecutan las iniciativas que la Casa Blanca no quiere asumir abierta y públicamente, como en Colombia.

Esto último preserva al establishment de las condenas y críticas que suscitaría una intervención militar directa en las zonas calientes del mundo, a la vez que logra que los muertos los pongan sus aliados, lo cual reduce los costos domésticos ante las aventuras bélicas del Imperio.

Por ejemplo, antes de enviar sus fuerzas militares al norte sirio para preservar el robo del petróleo, apeló a los mercenarios enviados por las teocracias del Golfo para cumplir las tareas que tendrían que hacer las tropas norteamericanas.

Ahora, no es difícil imaginar el plan asignado para nuestra región, en el que Colombia se está convirtiendo en el Israel de América Latina.

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