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Cuba: el valor de la unidad

25 de abril de 2018

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Me resulta indispensable, antes de pasar a referirme a cualquier otro tema de la actualidad de Nuestra América o del mundo, destacar los acontecimientos que han tenido lugar en Cuba en el transcurso de la pasada semana pues –en mi opinión– constituyen un importante punto de atención para los pueblos que luchan por la justicia y la felicidad, para sus vanguardias políticas, para sus movimientos sociales y para todos los que, de una u otra manera, se preocupan y ocupan hoy por lograr que un mundo mejor sea posible.

Los conocedores de la historia de Cuba saben que desde el 10 de octubre de 1868 en que el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, dio el grito de independencia y proclamó la abolición de la esclavitud –marcando el inicio del proceso ininterrumpido de la unidad de pensamiento y acción entre todos los elementos y factores necesarios para llevarla adelante y obtener victoriosamente sus nobles propósitos, siempre frente a enemigos poderosos y sin escrúpulos y en medio de los enfrentamientos que forjaron a la nación cubana– fue un objetivo constante que se frustró en más de una ocasión.

Fueron los colonialistas españoles primero y los imperialistas yanquis después quienes en su afán de apoderarse de Cuba y de su pueblo, sojuzgado y saqueado, comprendieron que la vieja política de “divide y vencerás” nacida con el imperio romano era la estrategia perfecta para enfrentar los denodados, heroicos y continuados empeños de independencia, soberanía y libertad de los patriotas cubanos de todos los tiempos. Errores, insuficiencias y traiciones domésticas también contribuyeron.

José Martí, Apóstol de la Independencia y Héroe Nacional, pensador insigne y universal de América y del mundo, entendió sabiamente estos yerros, aplicó su genialidad política en corregirlos y bajo el lema de “unir para vencer” logró incorporar al Partido Revolucionario Cubano –partido único de la Revolución– a los veteranos del 68 en estrecha unidad combativa con “los pinos nuevos” de la nueva generación del 95.

Así organizó y lanzó la guerra necesaria, que a punto de ser exitosa para las armas cubanas tras dura lucha contra el colonialismo español agonizante, fue impedida por la intervención traicionera del naciente imperialismo norteamericano que en los años de la República mediatizada hizo todo lo posible por fragmentar y dividir a la nación y ponerla al servicio de sus voraces intereses.

De este modo, la revolución popular de 1933 fue también cercenada por el intervencionismo de Estados Unidos y la traición del entonces sargento Fulgencio Batista y una vez más las fuerzas revolucionarias no fueron capaces de dar la respuesta unitaria que se requería y fueron víctimas de la desorientación y la división.

La revolución triunfante del 1ro. de enero de 1959 traía toda esa experiencia acumulada y con el apoyo mayoritario y prácticamente absoluto de las grandes masas obreras, campesinas, estudiantiles, intelectuales hasta las sencillas amas de casa y un inmenso contingente de desempleados –sumados a la fuerza militar del Ejército Rebelde– pondría a prueba nuevamente el valor de la unidad.

Esta vez, sin embargo, estaba al frente de los esfuerzos revolucionarios y patrióticos del pueblo cubano un líder de estatura moral, política y organizativa sin precedentes como Fidel Castro, que supo ver desde muy temprano el valor y la necesidad de la unidad en el pensamiento y la acción para enfrentar las duras pruebas que esperaban al país si quería emanciparse definitivamente.

Con su inteligencia, sabiduría, paciencia, sagacidad y firmeza logró por vez primera en la historia de Cuba una unidad consciente y a la vez orgánica, recogida en el Concepto de Revolución, que es su legado más precioso y preciso.

Todo ello explica claramente lo ocurrido en Cuba durante la semana pasada, en medio de un mundo cada vez más convulso y un imperialismo cada vez más agresivo. Como dijo el presidente Díaz-Canel, “no hay milagro en la proeza”.

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