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Crónica de un golpe anunciado y denunciado

12 de noviembre de 2019

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Pocas veces un golpe de estado ha sido tan denunciado y a la vez anunciado como el que ha tenido lugar en el hasta ahora Estado Plurinacional de Bolivia contra la Revolución Cultural y Democrática encabezada por el presidente Evo Morales, el Movimiento al Socialismo y demás movimientos sociales y sindicales que la apoyan y la han llevado adelante a lo largo de trece años, convirtiendo a Bolivia en el país de mayor y más rápido crecimiento económico en América Latina, unido a numerosos programas sociales de corte anti neoliberal.

Tanto la política económica y social como la política exterior independiente favorable a la integración latinoamericana y su solidaridad con Venezuela, Cuba y Nicaragua colocaron al gobierno bolivariano en la “lista negra” de Donald Trump y la OEA quienes no escatimaron esfuerzos, recursos y sucios trucos para derrocar al gobierno constitucional.

Para ello la oligarquía racista asentada en el departamento de Sata Cruz colaboró febrilmente desde los tiempos en que pretendió la secesión del país mediante la llamada Media Luna, que incluía a los departamentos del Beni, Pando y Tarija.

Tanto esos planes de secesión como los más diversos y siniestros ensayados hasta ahora fracasaron estrepitosamente, como fueron, los sucesivos intentos de huelgas y paros que involucraron periódicamente, a profesionales, trabajadores y campesinos logrando captar a algunos indígenas originarios.

En esas condiciones se llegó a las recientes elecciones generales del 20 de octubre, en que Evo Morales volvió a encabezar la votación con casi 3 millones de votos (más de 10 puntos y 600,000 votos sobre su segundo adversario) y el MAS obtuvo otra vez mayoría absoluta en el Senado y la Cámara de Diputados.

Ya el candidato Carlos Mesa había anunciado públicamente que no aceptarían un triunfo de Evo en primera vuelta bajo ninguna condición y cantaban así fraude desde fecha tan temprana,

Obviamente, todo era parte de un plan previamente establecido y orientado por el gobierno imperialista de Estados Unidos y sus agencias, del cual formaban parte fundamental las bandas fascistas del llamado Comité Cívico Cruceño que serían la tropa de choque criminal para la ejecución del golpe en sus variantes más violentas, tal como ocurrió.

Agazapados, sin hacer mucho ruido, estaban también los jefes de la policía esperando la señal para abandonar sus deberes y sumarse al golpe, pretextando reclamos salariales.

De ese modo comenzó el golpe de estado boliviano que está lejos de haber concluido y cuyas consecuencias es difícil desde ahora predecir, en un contexto por momentos confuso y contradictorio, teniendo en cuenta características y peculiaridades muy propias de ese país.

No es fácil admitir que el pueblo boliviano vaya a aceptar la conjura desarrollada por los fascistas, el imperialismo norteamericano y la OEA con los brazos cruzados. Todo indica que –como ya apuntaron Evo y Álvaro García Linera– se abre una nueva etapa de lucha en un nuevo escenario, donde el resurgir de la izquierda latinoamericana no será un convidado de piedra.

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