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Crimea se juega su futuro

11 de marzo de 2014

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Crimea vuelve a jugar un papel protagónico en la historia anterior y posterior de la ya extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), a partir en esta ocasión del reciente golpe ultraderechista en Kiev que dio al traste con el gobierno elegido democráticamente en Ucrania, donde tiene aun el estatus de república autónoma.
La situación creada en este contexto ha llegado a tal punto que el Parlamento aprobó su separación de Ucrania y la incorporación a la Federación Rusa,  por lo cual se ha hecho necesario convocar a un referendo para decidir el futuro de la región.
No es algo sencillo porque es rusoparlante la mayoría de los dos millones de habitantes de este territorio de 27 000 kilómetros cuadrados, situado en la península que separa el Mar Negro del Mar de Azov, es la única república autónoma de Ucrania, y tiene la importancia estratégica de que en la ciudad de Sebastopol está la principal base de la flota rusa en el Mar Negro.
En este contexto se encuentra enmarcada la decisión del gobierno de Vladimir Putin de reforzar la presencia militar defensiva de la zona, ante la posibilidad de que elementos fascistas decidan aprovechar la ocasión con el fin de satisfacer ansias revanchistas y facilitar la cada vez mayor intromisión del imperialismo
O sea, tiene una fuerte identidad rusa, que ha sido erigida por encima de las numerosas invasiones que ha sufrido a lo largo de los siglos
Con el nacimiento de la URSS, Crimea se convirtió en república autónoma dentro de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Los mayores y seguramente los amantes de la historia recordarán como Crimea cobró notoriedad internacional, debido a la celebración de la Conferencia de Paz de Yalta, hizo 69 años en febrero pasado, cuando se reunieron allí Winston Churchill, Joseph Stalin y Franklin D. Roosevelt.
Antes, había permanecido bajo control alemán durante gran parte de la Segunda Guerra Mundial tras ser invadida en 1941, y solo al final de la contienda, fue liberada por la URSS.
El colaboracionismo con Alemania de los administradores tártaros de Crimea y la fuerte lucha contra la ocupación nazi de la inmensa mayoría de sus habitantes hizo que en 1954 se convirtiera en una región de la naciente República Socialista Soviética de Ucrania.
La desintegración de la Unión Soviética a principios de los ‘90 del siglo XX trajo consigo también la pugna por este territorio entre Moscú y Kiev.
Si en 1992 el legislativo ruso aprobó una resolución que anulaba la cesión de Crimea a Ucrania en 1954. Kiev insistió en mantenerla bajo su control y tutela administrativa, pero la flota rusa del Mar Negro siguió estacionada en el puerto crimeo de Sebastopol.
En 1994 Ucrania celebró sus primeras elecciones presidenciales y el electo Yuri Meshkov apoyó públicamente la reunificación con Rusia y favoreció la adhesión a Moscú.
Ese mismo año, el Parlamento de Crimea votó mayoritariamente por la restauración de su Carta Magna, aprobada en 1992, la cual fue anulada por la Justicia ucraniana.
Las tensiones entre el gobierno de Crimea y Kiev provocaron finalmente la abolición de la Presidencia de Crimea y el control de esa región por el gobierno ucraniano desde 1995.
El presidente ucraniano de ese entonces, Leonid Kuchma, ahogó además las aspiraciones secesionistas y firmó la legislación pertinente para que Crimea pasara a estar bajo estricto control del gobierno de Kiev.
La constitución de junio de 1996 la dotó de cierta autonomía, pero impidió cualquier legislación contraria a la administración ucraniana. Recientemente, en el 2010, tras años de litigios, los parlamentos de Ucrania y Rusia llegaron a un acuerdo que prolongó la presencia de la flota rusa en el Mar Negro hasta el 2042, a cambio de una  reducción del 30% en el precio del gas ruso.
Incluso así, las aspiraciones rusas de gran parte de la población nunca se han diluido y Crimea sigue siendo una espina en el corazón de Ucrania, hoy en caos, subrayo, por el control de elementos prooccidentales de todo tipo, que puede conducir a una guerra civil.
VENENO MEDIÁTICO
El ya conocido flujo mediático de la mal llamada prensa libre occidental ha hecho hincapié en que la tensión en Crimea, como en toda Ucrania, es parte de las “pulsaciones imperiales” de Rusia para asegurar el espacio postsoviético, y las ponen a la misma altura que la amalgama injerencista creada por la Unión Europea y Estados Unidos.
Investigadores al servicio de las huestes imperiales elucubran historias como que Rusia “no puede contentarse con ganar Crimea y perder Ucrania” o  “en Moscú se confunde demasiado a menudo temor con respeto e imposición con triunfo”.
Además, presentan a una Unión Europea como un ente que juega “con las bazas del poder blando”, que puede ofrecer un principio de asociación económica y de libre comercio a Ucrania, “que no borraría de un plumazo las dificultades económicas del país, pero que lo integraría definitivamente en un escenario paneuropeo”.
Lo real es que tal acuerdo, que llevaría a Ucrania a una peor situación económica, no se firmó por la negativa del ya expresidente Viktor Yanukovich, lo cual fue esgrimido por la reacción ultraderechista para exacerbar los ánimos y causar la violencia en Kiev y otras pocas ciudades ucranianas, con graves daños y materiales.
Por ello, y para evitar el deterioro de una situación que solo favorecería a los intereses imperiales, se hace viable el referendo para actualizar el estatus y ampliar los poderes de Crimea, convocado por la Presidencia de la Suprema Rada, la cual ha asumido la responsabilidad por los destinos de ese territorio, ante la inconstitucionalidad imperante en Kiev, que, sin dudas, ha comprometido la paz y la tranquilidad de los habitantes de la península.

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