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Costa Rica: ayer y hoy

15 de abril de 2014

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Ha transcurrido ya una semana desde que se efectuaron los comicios presidenciales de Costa Rica que, en esta oportunidad, revistieron características sin precedentes en ese país centroamericano que, por muchas razones, ha exhibido generalmente rasgos y características que lo distinguen o diferencian un tanto de sus vecinos regionales.

Tras la breve guerra civil de 1948 el país logró enrrumbar pacíficamente por etapas posteriores, únicamente alteradas por las amenazas de agresión que el tirano Somoza incubó en varias ocasiones y que sirvieron para que la democracia tica recibiera una plena solidaridad de sus hermanos latinoamericanos.

Tener en cuenta que, como vecino más cercano por el oriente, Costa Rica sirvió de refugio y lugar de exilio preferente a los revolucionarios nicaragüenses que luchaban contra la dinastía sangrienta somocista y ello le valió la reticencia, la animadversión y el odio del viejo Tacho y su hijo Tachito.

Todos coinciden, sin embargo, en que a partir de las décadas recientes fue deteriorándose la probidad de los políticos costarricenses y, por tanto, de sus instituciones otrora señaladas elogiosamente por su manejo y eficiencia, que llegaron al grado de considerar a la pequeña nación como “Suiza de América” por los logros obtenidos en educación, salud, seguridad social y tranquilidad ciudadana.

Mucho de lo alcanzado se vino abajo, mientras los partidos tradicionales, -Liberación Nacional y Unidad Socialcristiana,- se alternaban tranquilamente en el gobierno, sin que ello significara un golpe de timón que pusiera fin a los males que iban minando a la sociedad, acompañados del crecimiento de la desigualdad y la pobreza.

Escándalos de corrupción flagrante envolvieron incluso a varios ex presidentes de la República, mientras crecieron los índices de inseguridad y narcotráfico y el país se alineaba rápidamente con las posiciones de política exterior de Estados Unidos, suscribiendo acuerdos y haciendo concesiones que muchos advertían como lesivos y de entrega de la soberanía nacional.

Con la situación económica agravada por una elevada deuda que va más allá de la mitad del Producto Interno Bruto, llegó la campaña electoral donde una asombrosa cantidad de nueve candidatos se presentó a la justa en la primera vuelta, a pesar de que se hacía evidente la apatía generalizada por parte de los electores.

Como es sabido, el candidato Luis Guillermo Solís, del joven Partido Acción Ciudadana, -quién había militado en Liberación Nacional hasta ser su secretario General,- llegó en primer lugar en esa primera vuelta dejando atrás por estrecho margen al candidato Johnny Araya, alcalde de San José y considerado favorito.

El sorpresivo triunfo de Solís, -al que algunas encuestas daban en un lejano cuarto lugar,- conmovió al país y también a sus adversarios, quienes al parecer se enfrascaron en violentas disputas internas que finalmente llevaron a Araya a renunciar a su candidatura en segunda vuelta y a formular críticas abiertamente a la dirección de su propio partido por “haberlo abandonado”.

El hecho cierto es que en la atípica segunda vuelta, Solís barrió con más de un millón de votos ejercidos a su favor, lo que significó no solo un castigo masivo y sin precedentes al partido de gobierno, sino, -según los analistas y observadores locales,- marcó el fin del bipartidismo entronizado desde hace más de medio siglo entre el derrotado Liberación Nacional y Unidad Social Cristiana, también fuertemente golpeado en estos comicios.

Aunque sin mayoría en la Asamblea Legislativa, -donde el nuevo gobierno tendrá que buscar entendimientos y alianzas que sustenten sus iniciativas,- el aplastante triunfo de Solís podría significar para Costa Rica el  golpe de timón que hace tiempo viene esperando y el inicio de una nueva etapa de recuperación y esperanzas.

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