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Copia al papel carbón

30 de octubre de 2014

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Dediqué algunas horas a buscar discursos de las últimas dos décadas de los representantes de Estados Unidos ante la ONU a la hora del análisis de la resolución que llama a poner fin el bloqueo contra Cuba.
Parece que cuando prepararon el primer discurso hace 23 años, lo hicieron con copias suficientes para repetirlo cada año, como si los representantes de unos 190 países presentes en cada sesión de la Asamblea General fuesen meros convidados de piedra.
Es asqueroso me decía un vecino que me acompañó ante la televisión cuando Telesur —ese medio imprescindible— transmitía en vivo y directo desde la sala principal de Naciones Unidas en Nueva York.
Los breves, precisos y valientes discursos de delegados africanos, asiáticos, latinoamericanos y europeos, unos a nombre de su país y quienes lo hicieron por mandato de prestigiosas instituciones como Mercosur, la CELAC, el Movimiento de Países o Alineados, el Grupo de los 77 más China, la Unión Europea, entre otras, no variaron un ápice de la intervención del personaje norteamericano, que esta vez se hizo acompañar de un joven, al parecer para irlo instruyendo en cómo no hacer caso a lo que se diga o apruebe en la Asamblea General, no acorde con lo que ha decidido la Casa Blanca.
Me imagino que el representante del imperio, el embajador Ronald Godard, o se desconecte los audífonos para bloquear sus oídos cuando hablan los demás, o es tan cínico que no se da por aludido cuando cada persona que allí habló lo hizo para votar por Cuba y contra el bloqueo de los Estados Unidos.
Tampoco se inmutó este señor cuando, al final de la votación y en medio de prolongados aplausos, el canciller cubano fue felicitado por muchas delegaciones presentes.
Todo lo contrario ocurrió al finalizar su discurso obsoleto y aburrido el delegado yanqui, a quien ni su propia delegación aplaudió, ni lo hizo el delegado de Israel, su segundón que lo acompaña cada año en esta bochornosa misión.
Si hubiese un ínfima dosis de vergüenza en estos personajes, al menos debían preguntarse cómo es posible que tantos países —188— incluso alguno de ellos aliados de Estados Unidos, se hayan atrevido a decir No al poderoso imperio y decir SI a la pequeña isla que resiste y muestra su ejemplo; a las más de cinco décadas de crueles medidas de un Estado que lo apuesta todo a que la población cubana se rinda por hambre.
¡Qué decir de las intervenciones de estados pobres, fuesen de África o de América Latina, que se atrevían a desafiar al prepotente imperio y exigirle que ponga fin a tan criminal política!
Fue, una vez más, un ejercicio donde la vergüenza y el calor de 188 se imponía a la desvergüenza y la falta de escrúpulo de dos aliados de las peores causas.
Israel, como era de esperar, votaría al lado de su amo, del gobierno que le facilita cada año 3 000 millones de dólares para que adquiera armas de las más modernas y letales.
Uno y otro, Estados Unidos e Israel, constituyen dos partes de un todo criminal que se imponen con sus invasiones, bombardeos y demás acciones bélicas contra poblaciones indefensas de todo el planeta.

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