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Contrastes cada vez más profundos

16 de agosto de 2013

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Mientras los anaqueles de los supermercados norteamericanos “revientan” en la variedad de la oferta de artículos, como una gran fiesta del consumismo, no del consumo, cada cuatro segundos alguien muere de hambre en el mundo, más de mil millones de seres humanos la sufren y siete de cada diez son mujeres y niños. La injusticia social tiene que ver mucho en esto, además de que parte de la producción alimentaria agrícola y la procedente de mares y ríos, se dedican a alimentar ganado que se consume mayoritariamente en los países del Norte desarrollado.
La exclusión política y económica hace también que millones de personas no puedan adquirir alimentos, aunque sean de baja calidad, porque no tienen recursos para ello.
Cierto, hay culpabilidad del alto crecimiento demográfico, el aumento de la riqueza de quienes más tienen y el uso de granos para alimentar automóviles, entre otros males.
Pero aunque se dice que es irrazonable que se pase hambre en el mundo, si la producción de alimentos es suficiente para todos, hay que admitir la erosión del suelo, el agotamiento de los acuíferos, la pérdida de tierras agrícolas para la utilización en otros fines, el desvío de agua de riego a las ciudades, el estancamiento de los cultivos en la agricultura de los países avanzados y las olas de calor que extinguen siembras y derriten glaciares.
Lázaro Fariñas, cubano residente en Estados Unidos, escribía el 6 de agosto en el periódico Juventud Rebelde acerca de que son cada vez más los blancos norteamericanos que padecen hambre y que su número está creciendo más rápidamente que el de otras razas, lo que de por sí llama la atención.
Pienso que en todo esto tiene que ver el crecimiento de las prácticas neoliberales, en la que muchos de esos obreros blancos perdieron sus empleos, al ser trasladadas las fábricas donde laboraban a naciones del Tercer Mundo en la que los salarios son muchos más bajos, lo cual aumenta las ganancias de las transnacionales.
Para el francés Maurice Allais, Nóbel de la Economía, que en un principio fue favorable al neoliberalismo, la ideología de lo que llamo el libre comercio mundial ha causado ya innumerables víctimas en todo el mundo, entre ellas los norteamericanos blancos.
Por una razón simple, empíricamente verificada: la globalización generalizada de los intercambios entre países caracterizados por niveles de salarios muy diferentes, provoca finalmente por todos lados, en países desarrollados como en los subdesarrollados, desempleo, reducción del crecimiento, desigualdades, miserias de todo tipo.
Y si vamos más atrás, lo que decía Allais coincide en el fondo con lo que Karl Marx definía en sus Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política (1857-1858) como las tendencias principales de un capitalismo muy desarrollado que “más bien tiene que empobrecer (al trabajador), ya que la fuerza creadora de su trabajo en cuanto fuerza del capital, se establece frente a él como poder ajeno”.
Es decir, todos los adelantos de la civilización, todo aumento de las fuerzas productivas sociales, la creación del mercado mundial, maquinarias modernas, etcétera, “no enriquecen al obrero, sino al capital; una vez más, sólo acrecientan el poder que domina el trabajo; aumentan sólo la fuerza productiva del capital. Como el capital es la antitesis del obrero, aumentan únicamente el poder objetivo sobre el trabajo”.
Por eso, regresando a la situación del blanco norteamericano, ya estos son 19 millones de los 46 millones de estadounidenses que viven en la pobreza, y otros muchos no tienen poder adquisitivo para “asaltar” los anaqueles de esos supermercados de maravillas en un mundo de contrastes cada vez más profundos.

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