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Contra el continuismo en Perú

23 de octubre de 2020

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El presidente peruano, Martín Vizcarra, vuelve a enfrentar una acusación legislativa por presunta corrupción, poco después de haber logrado triunfar sobre una cuestión similar.

Vizcarra, aunque ayudado por algunos medios de difusión, no ha podido revertir esa imagen opaca que le acompaña desde que era vicepresidente de Pedro Pablo Kuzcynski.

Frente a la crisis generalizada de la clase social que detenta el poder y el gobierno, como la que determinó la caída de Kuczynski y su reemplazo por Vizcarra, nada se ha hecho en favor de la sociedad, hoy abrumada por una crisis del nuevo coronavirus que ha colocado a Perú en una de las naciones más azotadas por el mal.

Y es que la política de Vizcarra, en términos generales, es la continuación del anterior mandatario, mientras la crisis se sigue agravando en detrimento de los trabajadores y de las grandes mayorías.

Analistas indican correctamente que la respuesta, si se quiere una salida democrática y popular, tiene que ser política, que levante la causa de las clases desposeídas.

Para ello debería constituirse un frente con esas características, conformado por todos los partidos políticos que dicen ser de izquierda y con los de la izquierda, con un programa de gobierno alternativo al modelo neoliberal, para ofrecer al pueblo un proyecto de verdaderos cambios y una gran transformación que la situación actual requiere.

Experiencias de frentes o coordinadoras nacionales constituidas por organizaciones sociales y populares en el que ha participado el movimiento sindical no es nuevo en Perú: a finales de 1990 se organizó la Asamblea Nacional Popular (ANP), producto de un proceso de acumulación de fuerzas hacia la articulación de las luchas populares encabezados por la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP); fue la experiencia más grande y representativa cuyo congreso fundacional fue en noviembre de 1987 en el distrito más popular y combativo de Villa el Salvador, teniendo como columna vertebral política a la Izquierda Unida (IU), que por entonces era la segunda fuerza electoral de Perú. sin embargo, el languidecimiento de la ANP se produjo porque IU se autodisolvió por obra de sus propios dirigentes, que propiciaron un conflicto interno y con ello se perdió la oportunidad de que Perú tuviera una gran alternativa de izquierda.

Esa experiencia no se ha vuelto repetir –en esa dimensión y representatividad–, porque ya no existe un frente político como Izquierda Unida, pero para que no vuelva a fracasar necesita como soporte una estructura política e ideológica con un programa anticapitalista y antiimperialista alternativo al neoliberalismo y dirigido hacia la transformación de la sociedad en el que estén representados todos los partidos de la izquierda y todas las organizaciones sociales progresistas.

Y, a pesar de los pesares, y de la propaganda proimperialista en contra, en Perú sigue vigente ese electorado progresista que quiere una alternativa al neoliberalismo. Con esa esperanza dio sus votos a Alejandro Toledo y luego a Ollanta Humala, pero ambos traicionaron. En las últimas elecciones, ese mismo electorado dio sus votos al Frente Amplio y en menor cantidad a Gregorio Santos, con relativo éxito, demostrando que sigue en pie el electorado que aglutinó IU.

Pero pese a las nefastas experiencias que genera la división, el Frente Amplio se ha dividido y la izquierda en general sigue fragmentada. La unidad en un solo frente se hace necesaria para que Perú no siga por el camino equivocado.

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