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Contagio de la «justicia» que no es

9 de abril de 2020

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En medio de la más sorprendente y bochornosa situación humana en Ecuador, cuando la COVID-19 ha desnudado a un sistema político y a un presidente, empeñados en desmontar todos los programas sociales —principalmente el de salud— alcanzados durante el gobierno progresista de Rafael Correa, la cacareada «justicia» que no es, la emprende contra el ex mandatario y lo condena a 8 años de cárcel y 25 años sin asumir cargos públicos.
Parece —recordando casos similares en Brasil y Argentina—, otra jugada o una copia de mal gusto de un guión estadounidense, dentro de un plan para desviar la atención sobre la situación real que se vive en Ecuador, principalmente en Guayaquil, por el coronavirus.
Horas antes de la escenificación del show mediático de «justicia», el propio Correa, que vive en Bélgica, de donde es su esposa, había anticipado la sentencia cuando escribió en su cuenta de la red social twitter, que el pueblo ecuatoriano no debía tener la menor duda de que lo iban a condenar: «No se han detenido frente a nada, ni ante terrible tragedia que vive el país, debido a la crisis sanitaria y la pandemia de la COVID-19».
En declaraciones a la agencia de prensa EFE, el ex mandatario ecuatoriano denunció la «judicialización de la política» en su país para inhabilitarlo antes de que pueda inscribirse como candidato para las elecciones de 2021.
Calificó el hecho como «un atentado a los derechos humanos y a la democracia» y consideró el caso como «ridículo» al asegurar que «no existen sobornos por ningún lado».
Las acusaciones y finalmente la condena contra Rafael Correa, recuerdan lo sucedido en Brasil cuando también la «justicia» que no es llevó a las rejas, sin prueba alguna, al ex mandatario Luiz Inácio Lula da Silva, de manera que no pudiera presentarse como candidato a las elecciones presidenciales donde todas las encuestas lo daban como ganador de manera contundente.
Primero sometieron a juicio político a Dilma Rouseff, presidenta electa democráticamente, quien en su momento manifestó: «Soy víctima de una farsa jurídica y política» y aseguró que el empeachment es «fraudulento, un verdadero golpe». En su lugar pusieron al frente del gobierno brasileño a un comprobado corrupto, Michel Temer. Luego la «justicia» inventó cargos contra Lula y fue condenado por la única razón de que no se presentara a las elecciones donde salió Jair Bolsonaro, un personaje despreciable.
En la Argentina durante el gobierno de Mauricio Macri, usaron similar guión contra Cristina Fernández, para dejarla sin posibilidades de volver a dirigir los destinos del país. Plan que fracasó, cuando Cristina se presentó a los comicios como parte del dueto Fernández (Alberto y Cristina) ganadores absolutos por el voto popular.
Más reciente aún, desde el Departamento de Estado norteamericano se «fabricó» otro espectáculo de este tipo, cuando se lanzó al éter la acusación contra el presidente venezolano Nicolás Maduro, acusándolo de vínculos con el narcotráfico. Una semana después, barcos y aviones de guerra de Estados Unidos han invadido los mares del Caribe cercanos a Venezuela, en un plan que se debate entre un bloqueo naval total o una intervención militar contra la nación bolivariana.
Para escenificar estos actos, Washington utiliza personajes que siempre los hay. Pueden ser un Temer o un Bolsonaro, en Brasil, un Lenin Moreno, en Ecuador o un payaso nombrado Juan Guaidó, en Venezuela.

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