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Complicidad con el aliado incómodo

14 de abril de 2018

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El más reciente ataque misilístico de Estados Unidos contra Siria, con la abierta complicidad de Gran Bretaña y Francia, demuestra el deterioro de la política exterior de Donald Trump, heredero de causas bélicas que no resultan buenas para el establishment y emprendedor de otra en la que no puede evitar el éxito de poderosos enemigos, como Rusia e Irán.
El pretexto para esta nueva agresión encabezada por el Pentágono, sin anuencia oficial propia e internacional alguna, se basó en el mismo pretexto que la anterior: la supuesta utilización de armas químicas por el ejército sirio en la ciudad de Duma, un año después de otra similar en Khan Sheikjun, sobre la cual el actual secretario norteamericano de Defensa, James Mattis, admitió que no veía videncia alguna de la autoría de Bashar al Assad en el incidente.
Difícil misión se le ha presentado al secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, ante la actitud de Trump de haber realizado la acción sin contar con el permiso del Consejo de Seguridad, que, por cierto, desaprobó una resolución de Rusia de condena a la agresión.
Francia y Gran Bretaña han mostrado su docilidad a EE.UU. al participar en los ataques a una planta científica y almacenes del ejército, entre otros objetivos, alejados de los sitios donde se encuentra la parafernalia defensiva de Rusia, que ya había advertido sobre una acción directa contra sus tropas.
Los otros aliados europeos y socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte básicamente se callan, pero temen sentir las consecuencias de una escalada de guerra, no solo debido a su proximidad geográfica, sino también por una nueva ola de refugiados.
Y es que el pataleo de EstadosUnidos, subrayo, revela su retrocesohasta en términos militares, ya que, tecnológicamente, ha sido superado por Rusia y China está muy cerca al respecto.
En ese sentido y ante un panorama de posible estancamiento de la economía doméstica, EE.UU. tiene que reaccionar de alguna manera, y lo hace al ataque y a la ofensiva.
En el caso del Medio Oriente, Estados Unidos es esclavo de su alianza con Israel y con Arabia Saudita, y el problema no es con Siria, sino con la política que están imponiendo Rusia e Irán.
Ante los esfuerzos de dichos actores en el Medio Oriente que han redundado en la derrota de las organizaciones terroristas, Washington trata de fortalecerlas, pues mantener el conflicto le permite perpetuar su presencia militar en la región sin importarle mucho que se desate una guerra de otra dimensión que ponga en peligro la paz en todo el planeta.
Mientras, su intervención en la guerra que Arabia Saudita desató contra Yemen no ha tenido el éxito esperado, ni su participación en los escenarios de Libia, Iraq y Afganistán.
Pero más allá de esa región, Washington no ha logrado hacer primar su postura, como por ejemplo ante la defensa del presidente de China, Xi Jinping, de la apertura de mercados y el intercambio comercial en contraposición al proteccionismo que propone Trump; o bien el fracaso de la actitud beligerante de la Casa Blanca en la cuestión coreana.
Pero cada una de estas cuestiones requiere un análisis más detallado, con el fin de evaluar la actitud de un ente que se revuelve en un poder que solo lo ejerce mediante la represión a los pueblos, imponiendo a sus más cercanos seguidores una incómoda complicidad.

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