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Coincidencia en México

7 de noviembre de 2016

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Aunque mi estancia por estos días en México tuviera que ver con Martí, su pensamiento y su vínculo con Latinoamérica, hay fechas y motivos que no pueden ser obviados por un periodista.
Sucede así cuando, en Ciudad del Carmen, estado de Campeche, se abre ante mis ojos la celebración del Día de los Muertos, que para México tiene connotaciones muy especiales.
Indago, y fue un estudiante de la carrera de periodismo de la Universidad Autónoma del Carmen, Juan Carlos García Vaughan, quien me explica que en México, las culturas indígenas concebían a la muerte como una unidad dialéctica: el binomio vida-muerte, lo que hacía que la conviviera en todas las manifestaciones de su cultura.
Para constatar cuan imbricadas culturalmente están las celebraciones del 1 y el 2 de noviembre, visité casi una decena de altares, lugares donde se resumen creencias como las que consideran que por esa fecha el espíritu de los difuntos regresa del mundo de los muertos para convivir con la familia ese día.
Para ello, las ofrendas en los altares deben contener una serie de elementos y símbolos que inviten al espíritu a viajar desde el más allá para que pasar ese día con sus allegados.
Se hace elocuente entonces que la muerte es un personaje omnipresente en el arte mexicano con una riquísima variedad representativa: desde diosa, protagonista de cuentos y leyendas, personaje crítico de la sociedad, hasta invitada sonriente a nuestra mesa.
En cada altar aparecen, entre los elementos más representativos, la imagen del difunto, en la parte más alta y frente a ella se pone un espejo para que el finado solo pueda ver el reflejo de sus familiares, y estos vean a su vez únicamente al del difunto.
Otro componente es la cruz, un símbolo introducido por los evangelizadores españoles con el fin de incorporar el catecismo a una tradición tan arraigada entre los indígenas como la veneración de los muertos.
El copal y el incienso, están colocados como elementos prehispánicos que limpian y purifican las energías de un lugar y las de quien lo utiliza.
El arco que aparece en la cúspide de cada altar simboliza la entrada al mundo de los muertos. Se suman el papel picado, las veladoras y cirios, considerados como la luz que guía en este mundo. El agua contenida en los vasos refleja la pureza del alma, además de mitigar la sed después del viaje desde el mundo de los muertos.
Las flores, calaveras y la comida que disfrutan quienes visitan los altares, junto al pan y bebidas, generalmente el tequila, según le gustara o no al difunto, completan los bellos altares, a los que acuden cientos de personas en una manifestación que traspasa las barreras de las creencias y se incorpora al contexto cultural más amplio de toda la sociedad.
Me resume el joven aspirante a periodista que me acompaña en el recorrido por los altares, en la celebración del Día de los Muertos, que al ser México un país pluricultural y pluriétnico, tal celebración no tiene un carácter homogéneo, sino que va añadiendo diferentes significados y evocaciones según el pueblo indígena o grupo social que la practique.
Tal celebración está considerada como la tradición más importante de la cultura popular mexicana y una de las más conocidas internacionalmente; incluso es considerada y protegida por la UNESCO como Patrimonio inmaterial de la Humanidad.

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