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China tiene con qué responder

17 de junio de 2019

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El G20 se reunirá los días 26 y 27 en la ciudad japonesa de Osaka, donde el presidente estadounidense, Donald Trump, pretende la asistencia de su par chino, Xi Jinping, so pena, amenaza, de aumentar aún más los aranceles a todos los productos de la nación asiática por un valor de 300 000 millones de dólares.

Pero antes de la reunión cumbre del G20 tuvo lugar este fin de semana la de los ministros de Economía, en la que descolló el encuentro entre el secretario del Tesoro de EE UU, Steven Mnuchin, y el presidente del Banco Central Chino (PBOC), Yi Gang.

En otros tiempos, el encuentro hubiera sido una mera cuestión rutinaria. Ahora, no: era la primera entrevista entre altos cargos económicos de los dos países desde el fracaso de las conversaciones comerciales y el comienzo de una escalada en la guerra comercial y tecnológica entre ambos que amenaza con perpetuarse y establecer un nuevo orden mundial.

La actitud prepotente de Trump le tiene sin cuidado al máximo dirigente de la Repúblca Popular China, que ya se está acostumbrando a estas embestidas norteamericanas, que no ha impedido que sus exportaciones sigan aumentando y las empresas de EE.UU. que han decidido retirarse del territorio chino, no muchas, ninguna ha regresado al territorio norteamericano, tal como Trump predecía.

Ahora, la Reserva Federal, el principal apoyo de Trump, ha sido presionada por el magnate para que le respalde en todos sus planes, cuestión ya decidida a su favor, pese a en encontronazo inicial señalados por el multimillonario acerca de que estaba aumentando demasiado el interés, cuando China hacía lo contrario.

A finales del 2018, Trump había llegado a afirmar que la Reserva se había “vuelto loca” y que representaba una gran amenaza para la economía estadounidense, por su decisión de elevar los tipos de interés. Desde entonces, ha pedido en varias ocasiones de forma pública que el instituto emisor tome la dirección contraria y comience a bajar el precio del dinero.

Por la actitud de Trump y el establishment que hasta ahora lo respalda, es lógico que en la mente de Beijing, el divorcio entre las dos grandes potencias ya se ha producido, y China ha dejado claro que —aunque preferiría un acuerdo amistoso— se prepara para un conflicto largo y posiblemente penoso, al menos mientras el susodicho continúe en la Casa Blanca.

Un conflicto para el que probablemente no haya marcha atrás: al gobierno chino ya le ha quedado claro el riesgo de depender demasiado de lo que se pueda decidir en Washington.

El Presidente del Banco Central chino ha asegurado que, desde el punto de vista económico, China cuenta con abundantes opciones ante un posible endurecimiento de la guerra comercial: “Hay muchas herramientas de política monetaria o fiscal, incluidos los tipos de interés, porcentajes de reservas y mayores estímulos fiscales”, defendía esta semana en declaraciones a Bloomberg.

Del lado tecnológico, Beijing ha decidido acelerar el desarrollo de su industria para garantizar su independencia. Esta semana concedía las primeras licencias de 5G, a las tres grandes operadoras telefónicas chinas y una de televisión. Huawei, según publicaba la agencia Bloomberg esta semana, ha puesto en pie de guerra a sus ingenieros para diseñar, lo más rápidamente posible, los componentes y el software que dejará de recibir de Silicon Valley. Su nuevo sistema operativo podría quedar listo en agosto o septiembre.

Beijing, que hasta ahora ha respondido con relativa moderación a los gestos de EE. UU., sigue ponderando cuáles deben ser sus próximos pasos. Además de responder con su propia alza de aranceles, anunció la creación de una lista de empresas extranjeras “poco fiables” que aún no ha publicado. También sopesa prohibir la exportación de tierras raras a EE UU, elemento indispensable para la fabricación de productos tecnológicos.

Aunque la pelea ya empieza a ir más allá de la mera economía, o incluso de las sempiternas disputas en torno a la seguridad en el mar del Sur de China.

El gobierno chino advertía esta semana a sus estudiantes y académicos sobre los riesgos de estudiar en EE UU., ante el aumento de solicitudes de visado rechazadas y los recortes en la duración de los permisos de estancia. Cerca de 360 000 jóvenes de este país cursan estudios en EE.UU., lo que genera unos ingresos de 14000 millones de dólares para Estados Unidos, más que por la soja que vende al gigante asiático, según apuntaba Capital Economics en un informe.

Y por lo último que se sabe, para Trump no hay buenas noticias, porque al conocimiento anunciado antes de que las exportaciones chinas siguen aumentando, se sumó la decisión de más de 600 empresas y grupos afines norteamericanos que le demandaron el cese de la guerra comercial, que en un breve lapso, afirman, podría producir la pérdida de más de dos millones de empleos y el decrecimiento del uno por ciento del Producto Interno Bruto.

Esto se produciría en medio del momento en que Estados Unidos vive un buen ciclo económico, que no es de ahora, sino que se remonta a la época de Barack Obama, pero que ha sido usurpado propagandísticamente por al actual presidente, con vistas al intento de reelegirse en el 2020.

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