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Chile, difícil pero posible

20 de diciembre de 2021

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Como periodista estuve en Chile durante el cambio de gobierno de Augusto Pinochet a Patricio Aylwin, el 11 de marzo de 1990. Y confieso que fueron días de mucha tensión para este cubano que desde que salió del aeropuerto de Santiago de Chile hasta el hotel donde me hospedaría, siempre fui seguido por algún personaje de los servicios secretos de la dictadura pinochetista. Recordar que se trataba de «un cubano» en Chile y que aun Pinochet estaba en el palacio de La Moneda…

Pero fue de gran aprendizaje, poder conversar con muchos colegas chilenos, de otros países de Sudamérica y con representantes de partidos de izquierda y movimientos sociales.

Siempre me resultó difícil —la visita fue 31 años atrás— entender algunas posiciones de mis interlocutores, y en especial creer en las promesas de quien tomaba el poder en lo que dijo llamarse el «tránsito de la dictadura a la democracia».

Y explico esto último: el abultado contenido de papeles donde aparecían las promesas de «acabar» con los vestigios de la dictadura y «emprender la vuelta a la democracia» se fueron convirtiendo con el tiempo en ofrecimientos vacíos de contenido.

Por un lado, los sucesores gobiernos «democráticos» vivieron años de mucho ruido y pocas nueces, como dice el refrán.

Pinochet, antes de abandonar el poder se encargó de crear y dejar bien establecidas instituciones y mecanismos que harían difícil o más bien imposible, cambiar las cosas como quería el pueblo chileno.

Así ha sucedido con los carabineros —esa institución de represión y muerte creada por el dictador—. Han pasado más de 30 años y ahí están, y entre sus últimas hazañas se encuentran los más de 400 chilenos que, perdieron alguno de sus ojos, o se les mutiló totalmente su vista, cuando se manifestaban pacíficamente en 2019 y fueron bestialmente agredidos por ese cuerpo policial.

Otro tanto ha pasado con las estructuras de poder al servicio del gran capital, mecanismo encargado de mantener la fachada de Chile como una vitrina del desarrollo capitalista, no importa que todo sea sobre la base de la explotación sistémica de las capas más desprotegidas.

Con gran fuerza se intentó imponer la matriz que daba valor agregado, a esa criatura del capitalismo conocida como «Chicago Boys» o escuela de Chicago, encargada de fomentar un modelo económico totalmente excluyente para las capas más humildes de la población.

Así han transcurrido más de tres décadas de la «democracia» chilena, que este domingo 19 de diciembre ha mostrado otra cara en las urnas, donde más de 4 millones 600 000 personas votaron por el cambio y eligieron a un joven de 35 años, Gabriel Boric, como encargado de tan complicada tarea.

Especialistas chilenos refieren que el espejismo neoliberal que hasta hoy ponía a Chile como alumno modelo se derrumbó, con la llegada al poder de un joven representante de una fuerza nueva que se propone cambiar al país.

La agencia RT señala que «no deja de ser paradójico que los resultados de la elección sean exactamente iguales a los del plebiscito que puso fin a la dictadura. En 1988, el 55 % de los chilenos dijo no a la posibilidad de que Pinochet siguiera en el poder. Es el mismo porcentaje que, 33 años después, votó a Boric para presidente».

No obstante, el camino del nuevo mandatario, una vez que asuma en marzo de 2022, está lleno de dificultades. En primer lugar, debe buscar la forma de conciliar a los integrantes de las agrupaciones que lo llevaron a la presidencia que, recordemos, tienen visiones que van desde el centro hasta la izquierda con sus respectivos matices.

También debe propiciar un debate inclusivo con otras fuerzas políticas del país para poder encausar los proyectos dentro de un Parlamento que le es adverso.

Para llevar adelante su plan de gobierno donde, entre otras cosas se propone aumentar los impuestos a los más ricos y a las grandes empresas, se dice muy rápido pero se enfrenta a escollos enraizados en el Chile de las últimas casi cuatro décadas.

Recordemos que el plan previsto a seguir está muy comprometido con lo demandado por la población chilena durante el estallido social de 2019. Y ese solo aspecto sufrirá los embates de detractores de todo tipo, tanto del gran capital como en los mecanismos parlamentarios y otros.

Una vez conocido su triunfo, en la noche del pasado domingo, el nuevo mandatario chileno enfatizó que:  «Debemos avanzar con responsabilidad en los cambios estructurales sin dejar a nadie atrás; crecer económicamente; convertir lo que para muchos son bienes de consumo en derechos sociales sin importar tamaño de billetera; y garantizar la vida tranquila y segura».

Como vemos, las tareas del nuevo mandatario corresponden a las de un Chile difícil pero posible. Ojalá y así se logre.

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