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Chávez, un amigo auténtico de Cuba

25 de marzo de 2013

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Germán Sánchez Otero es de los cubanos que más íntimamente conoció al expresidente Hugo Chávez Frías. Quince años como embajador en Venezuela abonaron una relación estrecha, cotidiana y llena de vivencias, marcadas ahora por la desaparición física del líder bolivariano.
“Siempre lo recordaré sonriente, pensando en cómo ayudar a los demás, que puede ser un enfermo, puede ser un pueblo, el venezolano, el cubano, el de Estados Unidos; consagrado cada minuto a ayudar a la humanidad”, evoca Otero .
Mi entrevistado coincide con Fidel Castro en que “Chávez es el primer amigo de Cuba, defensor mayúsculo de la revolución cubana y de su pueblo.
“Él mismo no se percataba de su grandeza. Se hace necesario un análisis exhaustivo de tal atributo, del proceso bolivariano, original, singular, creativo, lleno de sorpresas para la teoría revolucionaria”.
Autor de los libros Abril sin censura y La Nube Negra, relativos al golpe de Estado de abril de 2012 en Venezuela y al paro petrolero que le siguió, subraya la urgencia de estudiar a fondo la integralidad de Chávez, “ante los intentos del enemigo por desdibujar su figura y legado”.
El ex diplomático cubano recuerda con emoción el primer encuentro, el 12 de septiembre de 1994:
“Él acababa de salir de la cárcel hacía unos meses, tenía una vigilancia permanente de la policía secreta, represiva, y de la dirección de inteligencia militar. Aunque no fue un encuentro clandestino, si fue una entrevista muy discreta y adoptando las medidas de rigor”.
“Lo encontré espontáneo, emotivo, mente rápida, preguntón en el mejor sentido de la palabra, agudo en sus enfoques, muy creativo, sumamente humilde, modesto”, rememora quien recibiera de manos de Chávez la Orden Libertador.
“Chávez una y otra vez evocaba a lo mejor de la historia venezolana, Bolívar en primer término. Se refería a la necesidad de un cambio radical de lo que el ya llamaba una crisis estructural; decía que no había solución dentro del sistema constitucional político de la IV República”.
“Me dijo con absoluta soltura que no era marxista, pero tampoco antimarxista; que no era comunista, tampoco anticomunista. Y cuando habla de marxismo dijo ‘no puedo ser antimarxista porque no conozco suficientemente al marxismo. Tengo que estudiarlo’.
“Ese era el Chávez de 1994, abierto al mundo de las ideas y muy imbuido por la convicción de que debía conducir un proceso político de base popular, vinculado especialmente a los pobres, que entonces eran el 80% de la población venezolana”.
Me cuenta mi interlocutor que entonces trató de compararlo con el guatemalteco Augusto Turcios Lima, con Omar Torrijos, con Velazco Alvarado; también con líderes de partidos políticos de izquierda de Latinoamérica. “Era un hombre singular que no cabía en ningún molde”.
“Si ví a un hombre con mucha capacidad para plantearse resolver la ecuación del poder, pero no la ecuación del poder en un libro, o una fórmula, o copiándola de un país. Estaba inventando una ecuación de poder”, enfatiza.
A Sánchez Otero le impresionó también cómo aquel Chávez ya se “paseaba por la historia, pero no como un académico, no como un amante del estudio, sino buscando en ella las variables de esa ecuación del poder que el tenia que despejar para encabezar el cambio”.
“Pero lo que más me emocionó fue cuando, despidiéndonos, al abrazarme, me dice: ´díganme en qué yo puedo ayudar a Cuba’. Un hombre que hacía cinco meses había salido de la cárcel, que tenía que dar una batalla en las calles con el pueblo, que vivía en condiciones muy modestas.
“Chávez nos abrió y entregó su corazón desde el primer momento, fue un gesto de solidaridad auténtico. Fue la consumación del criterio de que estaba frente a un revolucionario auténtico, en búsqueda de respuestas. Estábamos frente a un transformador”.

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