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Centralismo hierático

5 de octubre de 2017

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Los próximos días para los independentistas catalanes, que son la mayoría, se tornan difíciles, ante la tozudez de un gobierno central que condiciona el diálogo a una rendición, bendice la brutalidad policial contra los miles de personas que votaron por la secesión de Cataluña, y mantiene el lenguaje bélico en la agenda política y mediática, tratando de provocar un patriotismo de los habitantes de las otras regiones de España contra los secesionistas.

Hace unas horas fue suspendido el Parlamento catalán que trataba las  cuestiones relativas a la declaración de independencia, y no nos extrañaría que de un momento otro fueran encarcelados los principales líderes del movimiento, entre ellos autoridades de la Generalitat.

La cuestión no es el separatismo en sí mismo, sino el centralismo de los gobiernos que lo provoca. El conflicto entre Madrid y los vascos logró acabar en diálogo y en la concesión de algo de autonomía a la región. Esta sería una solución sensata al conflicto con Cataluña. La forma en que el poder superior maneja los derechos de los de abajo es la base de la política desde el principio de los tiempos. El traspaso de competencias.

La posición de no negociación del presidente Mariano Rajoy de “hacer lo que hay que hacer”, no importa a quien se lastime, ha sido secundada por el rey Felipe VI, lo cual hace que el amplio abanico de la derecha enfile sus armas contra los independentistas catalanes.

Algo sensato fue la iniciativa de Unidos Podemospara paliar la grave situación, pero apenas duró dos horas su oferta de la llamada Mesa de partidos políticos por la libertad, la fraternidad y la convivencia, apoyada por partidos catalanes, el Partido Nacionalista Vasco, Compromís y las principales centrales sindicales. Todo fue abajo, porque se chocó con la negativa de Rajoy: “No se puede tratar con quienes plantean un chantaje tan brutal al Estado”.

En cuanto al discurso del rey fue calificado de desastre, porque repitió el de Rajoy y constituyó un acto de deslealtad respecto alpoder constituyente del pueblo español.

Es decir, simpatizantes o no de la independencia catalana, el rey debe guardar una equidistancia que respalde una posición objetiva, sin pasiones, y que no provoque acciones de represión.

Analistasapuntan que no debió hablar, porque un discurso de esa naturaleza no tiene encaje en una monarquía parlamentaria. Por muy difíciles que sean las circunstancias o, mejor dicho, cuanto más difíciles sean las circunstancias, menos se justifica la intervención de una magistratura hereditaria, que, justamente por ello, carece de legitimación democrática.

Reiteran que no solamente fue un error, porque se produjo cuando no se debía haber producido, sino además por el contenido y por la forma del mismo. El rey no supo estar a la altura de lo que las circunstancias tan difíciles exigían y pronunció un discurso, que no solamente no va a contribuir a encontrar una salida al laberinto, sino todo lo contrario.

Felipe VI optó por hablar exclusivamente en nombre del Estado, reproduciendo los términos en que viene expresándose Rajoy desde hace años. El rey se identificó con la posición del Partido Popular y de Ciudadanos, esto es, de la derecha española, sin tomar en consideración ninguna de las contribuciones de los demás partidos.

Si hubiera hablado en nombre de la nación, el discurso podría haber sido completamente distinto. Hubiera podido decir que su preocupación es mantener la unidad de la nación española en su enorme diversidad, expresar su preocupación por los desgarres y fisuras que se estaban poniendo de manifiesto y dirigirse a todos los ciudadanos, independentistas incluidos, para evitar que los desgarres y fisuras pudieran ir a más.

Podría haber afirmado que entendía su función en el edificio constitucional como la de contribuir a encontrar una fórmula de convivencia en la que todos, independentistas incluidos, se encontraran cómodos. Añadir que, en su opinión, eso únicamente se puede conseguir con un diálogo de buena fe y terminar, por último, lamentando lo sucedido en los últimos días.

Pero, al parecer, era mucho pedir, cuando se tiene una posición centralista extremadamente hierática, como pedirle peras al olmo.

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