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Cascos Sucios

17 de julio de 2018

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Para tratar de borrar cualquier mala impresión sobre la agrupación denominada Cascos Blancos –debería decir Cascos Sucios–, la propaganda occidental repite una y otra vez que el grupo, con sede en Buenos Aires, llegado a Colombia para presuntamente atender sanitariamente a personas procedentes de Venezuela, forma parte de una entidad fundada en 1994 en Argentina, y no tiene elemento alguno del desplegado en Siria, el cual recibió el pasado año un Premio Óscar por un documental que exaltaba su labor, cuando todo el filme era un perfecto montaje con efectos lacrimógenos y de complicidad con los terroristas desplegados por Occidente en el país árabe.

Aparentemente, todo empezó con un acuerdo entre los presidentes Juan Manuel Santos, de Colombia, y Mauricio Macri, de Argentina, quienes ubicaron su centro piloto en Cúcuta, en el estacionamiento de las oficinas de migración a pocos metros del Puente Simón Bolívar, sitio hasta donde incluso puede llegar cualquier venezolano residente en San Antonio del Táchira sin necesariamente emigrar de su país.

Esta primera ubicación probablemente obedezca también al hecho de que no se instale un contingente médico para, presuntamente, atender refugiados en un departamento que hay víctimas mortales por el hambre, mayoritariamente niños menores de 5 años, como la Guajira, pues dejaría más en evidencia el verdadero objetivo de la presencia de esta organización.

La prensa al servicio del Imperio coincide en propagandista de que estos Cascos Blancos no son iguales que los que participaron en la agresión a Siria, aunque, por supuesto, no denuestan de estos, pero lo cierto es que las fuerzas armadas y los grupos paramilitares participan activamente en su protección, al tiempo que se preparan para cualquier acción bélica contra el pueblo venezolano, cada vez más agredido por la guerra económica desatada por la oligarquía nacional y las trasnacionales del Imperio.

Estos cascos Blancos “argentinos” no tienen aún los “méritos” de aquellos que fueron fundados en el 2012 en Turquía por James Le Mesurier, un antiguo militar del ejército británico devenido en consultor vinculado a empresas privadas de seguridad estadounidenses

Posteriormente, comenzaron a actuar en Siria a partir del 2013, como una fuerza que encubre la entrada de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en el escenario.

Su papel ha sido muy importante para las operaciones de la OTAN, particularmente en la guerra mediática. Sus famosos video-montajes sobre falsos ataques químicos perpetrados por el ejército sirio, que han servido para justificar acciones militares contra el gobierno de Bashar Al Assad como el reciente bombardeo de los Estados Unidos, terminaron por conducirlos a ganar el premio Oscar el año pasado, como mencionamos al principio.

Sus vínculos con Al Qaeda han sido reiteradamente denunciados, además de que son financiados por la USAID y reciben donaciones de diversos gobiernos de la OTAN.

Los Cascos Blancos que llegaron a Colombia y pueden ser amenaza para Venezuela son financiados por el gobierno de Argentina, la Organización de Estados Americanos y el Banco Interamericano de Desarrollo, entre otros. El año pasado firmaron un convenio con el secretario general de la OEA, Luis Almagro, para realizar “más tareas en conjunto”, según lo dijo su presidente Alejandro Daneri. Así que, a pesar de tener orígenes diferentes, estas financiaciones y acuerdos los colocan al servicio de los mismos intereses geopolíticos.

En todo caso, la etiqueta de “Cascos Blancos” ha sido tomada para diversos equipos de este tipo (“asistencia humanitaria”) en diferentes escenarios, pero en contextos similares: incluso surgieron en Venezuela, durante la fallida “revolución de color” en 2017 en apoyo a los mercenarios de la oposición. De así que no es festinado decir que esos Cascos no blancos, sino Sucios sean realmente una amenaza para Venezuela.

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