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¿“Carta democrática” o zona de paz?

24 de febrero de 2014

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Con motivo de los recientes intentos fascistas de golpe de estado contra el gobierno constitucional de Venezuela, el Departamento de Estado del gobierno de Estados Unidos y algunos de los medios de comunicación a su servicio ha hecho mención de la llamada “Carta Democrática Interamericana” que una reunión de cancilleres de la OEA aprobó en Lima, Perú, el día 11 de septiembre de 2001 ante el reclamo urgente del entonces secretario de estado yanqui Colin Powell, cuando aún caían sobre Nueva York los escombros y cenizas originados por el ataque terrorista contra las Torres Gemelas, crecía el número de víctimas inocentes y Bush hijo permanecía escondido en su refugio.
En aquella ocasión de manera oportunista y deliberadamente confusa -con la complicidad de la secretaría general de la OEA y en circunstancias donde la correlación le era entonces favorable en el seno del Ministerio de Colonias-, el gobierno imperial logró la aprobación de la tan ansiada Carta, que habían tratado de codificar desde hacía años, aprovechando los momentos de conmoción que se vivían y el rechazo unánime al ataque. Fue otra maniobra sucia de la diplomacia imperial, a lo cual está acostumbrada y trata de acostumbrar a los demás gobiernos y pueblos del mundo. En este caso, se trataba de pasar de contrabando el derecho imperial a la intervención militar.
Sin embargo, han transcurrido ya casi quince años y en América Latina y el Caribe tuvo lugar un verdadero cambio de época. Según las características y condiciones concretas de cada país latinoamericano y caribeño, se ha producido en la mayor parte de ellos y en el conjunto de la región en general una importante transformación política, económica y social a la que -por supuesto-, no son ajenas nuevas proyecciones de política exterior independiente y soberana expresadas concretamente en la creación de importantes e influyentes organizaciones como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) y la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP).
La capacidad de dominio del imperialismo yanqui sobre su otrora “patio trasero” mermó de manera notable y creciente durante este período. Ello es evidente y, por otra parte, explica la implicación de los gobiernos sucesivos de Estados Unidos en planes de revancha y reconquista alentando la violencia y el crimen en un afán obsesivo por retornar a épocas pasadas.
Únicamente así se explica que el Departamento de Estado del actual gobierno de Estados Unidos ignore o simule ignorar la proclamación de América Latina y el Caribe como zona de paz, aprobada en la II Cumbre de la CELAC celebrada en La Habana, Cuba, por parte de los primeros mandatarios de la región, los mismos a los que un “vocero anónimo” del propio Departamento de Estado llamó traidores -sin excepción-, por haber concurrido a la citada cumbre y suscrito sus acuerdos.
La proclamación de América Latina y el Caribe como zona de paz aprobada por la II Cumbre de la CELAC especifica y convalida el derecho de cada país de la región a darse por sí mismo el sistema político que libre y democráticamente escoja cada uno sin interferencias extremas y establece el respeto mutuo a esas diferencias, rechazando así todo tipo de intervención.
Tratar de resucitar los viejos tiempos imperiales de la llamada “Carta Democrática” en América Latina y el Caribe, no es más que una ilusión fallida de Washington y sus voceros; una prepotente pretensión que -no sin luchas heroicas y sacrificios constantes-, no resistió finalmente la prueba de los pueblos, dispuestos hoy a defender la nueva realidad conquistada.

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