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Campaña imperial en la frontera rusa

18 de febrero de 2014

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Si Estados Unidos utiliza a la Unión Europea para apoyar descaradamente al grupo neonazi Svoboda en las manifestaciones antigubernamentales en Ucrania, tal matiz se hace más oficial, al anunciar que financiará la inclusión de Georgia –otra ex república soviética- en la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Ya unos 1 700 soldados georgianos se encuentran al servicio de los agresores en Afganistán, donde permanecerán entrenando a militares afganos, después de la anunciada retirada de tropas norteamericanas en diciembre próximo, aunque la ocupación permanecerá en puntos estratégicos del país centroasiático, según se propone Washington.
El ministro de Defensa georgiano, Irakli Alasania, declaró que Washington patrocinará la participación de soldados georgianos en la Fuerza de Respuesta de la OTAN.
“Ya se ha tomado la decisión de que Georgia será una parte de la Fuerza de Respuesta de la OTAN en el 2015 y se ha elegido al Estado patrocinador, Estados Unidos, dijo un alegre Alasania en una conferencia de prensa conjunta con el presidente del Comité Militar de la OTAN, el general Knud Bartels.
El “agradecimiento” georgiano viene acompañado de la oferta de su territorio para la retirada de las tropas de la OTAN de Afganistán, lo cual denota la vehemencia del gobierno caucasiano en su anhelo de integrarse a toda costa en la estructura militar atlántica, ya que ofrece “un corredor seguro, efectivo y barato”.
Lo cierto es que Georgia se ha entregado a jugar la carta de la OTAN, cuyas naciones integrantes han ofrecido apoyo a todas las “reformas” económicas que entreguen aún más su economía a las empresas occidentales.
En lo militar, Tiflis, quien reconoce la muerte de 29 de sus militares en Afganistán, ofreció el Centro de Defensa de Gori y el de Tiradores de Montaña de Sajchersk,  a fin de formar a oficiales afganos en más de ocho especialidades militares, así como para otros menesteres que la alianza disponga.
El “romance” OTAN-Georgia no es nuevo, sino que se truncó antes de que estallara la guerra ruso-georgiana en agosto del 2008, cuando Moscú defendió a las repúblicas de Abjasia y Osetia del Sur del intento anexionista de Tiflis.
Lo anterior ocurrió en vísperas de los Juegos Olímpicos de Beijing, y ahora, alrededor de la celebración de las Olimpiadas de  Invierno, en Sochi, Rusia, se producen algunas situaciones de boicot occidental, que Moscú ha sabido enfrentar diplomáticamente.
Georgia consideró boicotear Sochi, pero al final decidió enviar atletas y miembros de su comité olímpico nacional, parte de una posible mejora en las relaciones desde que el partido del expresidente Likheil Saakashvili, prooccidental, perdiese el control del Parlamento en el 2012.
Moscú culpó a Saakashvili, aliado de Estados Unidos, de la guerra, y reconoció a las ya mencionadas regiones de Osetia del Sur y Abjasia como estados independientes, tras el conflicto.
Hubo un gran malestar el mes pasado en Georgia, cuando Rusia, citando preocupaciones de seguridad ante los Juegos, movió sus puestos fronterizos once kilómetros dentro del territorio de Abjasia, cuyas fronteras están a unos pocos kilómetros del lugar donde se desarrollan la mayoría de las competiciones.
Aun cuando el presidente ruso, Vladimir Putin, se ofreció a conversar con su homólogo georgiano, Georgy Margrvelashvili, sobre cuestiones que competen a ambas partes, la situación sigue tensa, y ahora serán más delicadas con la anunciada entrada de Georgia a la OTAN, con el financiamiento pleno, subrayo, de Estados Unidos.

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