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Cambios, no para bien

18 de julio de 2013

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Continuados crecimientos de su Producto Interno Bruto (PIB), celebraciones exitosas de eventos deportivos internacionales, como el reciente futbolístico  del Sub-20, y su candidatura para otros de este tipo y culturales, no pueden ocultar en modo alguno el deterioro político, social y étnico que vive Turquía.
Aunque las organizaciones toman al PIB como ejemplo de desarrollo, este no refleja la creciente desigualdad ciudadana, ni logran hacer inexplicable las sucesivas y cada vez mayores manifestaciones antigubernamentales por diferentes motivos:
Mal manejo de los fondos públicos, irrespeto oficial a lugares históricos y simbólicos, en aras de una modernización al servicio del neoliberalismo; ignorancia a propuestas de paz realizadas por dirigentes de la etnia kurda, y cada vez mayor sumisión a los dictados de Estados Unidos para ganarse un puesto de importancia dentro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Hace cuatro años la cuestión era muy diferente, cuando Turquía casi rompió las buenas relaciones históricas que mantenía con Israel, luego del asalto por comandos israelíes a un barco de Ankara que formaba parte de una flotilla humanitaria con destino a Gaza, con un saldo de nueve muertos, ocho de ellos turcos.
Asimismo, se elevaron los “celos” entre ambos países, que pretendían ser la principal potencia en el Medio Oriente, todo dentro de la dinámica imperialista:
Turquía es parte de la OTAN y posee el mayor ejército de la alianza atlántica después de Estados Unidos, dotado de armamento moderno y altamente entrenado. Israel es el Caballo de Troya de EE.UU. en el Medio Oriente y su principal punta de lanza.
Asimismo, la nación otomana mantenía excelentes relaciones con Siria, con la cual, incluso, había establecido el Consejo de Cooperación Estratégico de Alto Nivel, abolido los visados entre ellos, realizado maniobras militares conjuntas y firmado acuerdos de beneficio mutuo.
Pero además de Siria existía un gran acercamiento con otros estados que en otros tiempos se consideraban enemigos como Rusia e Irán. En el plano interno sobresalía una postura de diálogo con  la minoría kurda, incluso con sus fuertes grupos armados.
El 21 de marzo pasado, Abdulá Ocalan, el líder y fundador del Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK), instó a los militantes de esta organización a poner fin a las hostilidades y a retirarse “más allá de las fronteras” de Turquía “para que callen las armas y hablen las ideas”. Ocalan, que cumple cadena perpetua en la isla de Imrali, en el mar de Mármara, desde 1999, reclamó que turcos y kurdos “permanezcan unidos” como lo han hecho en el pasado, y despertó la esperanza de que se terminara un conflicto que dura ya más de 30 años y que ha dejado unos 40 000 muertos, muchos de ellos civiles:
“Hemos sacrificado nuestra juventud. Hemos pagado un alto precio, pero no ha sido en vano. La lucha permitió a los kurdos recuperar su identidad. Pero la sangre que mana del pecho de los jóvenes es la misma, sean estos kurdos o turcos. Estamos ante una nueva era. En lugar de armas, tenemos ideas”, escribió el líder kurdo. Dos días después, la guerrilla del PKK anunció un alto el fuego. Pero en estos momentos, esta importantísima cuestión fue “a bolina”, por el cambio radical del gobierno de Ankara.
Es decir cuando Turquía estaba en su mejor momento en la arena internacional, con posturas claras a favor de los intereses de los pueblos de la región y un gobierno de claro apoyo popular, volvió a recordar su etapa imperial y egoísta proceder de entonces, al asumir, subrayo, el triste papel que Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) le han deparado como estandarte en la conspiración fraguada contra Siria.
Hace unos días, los países “amigos” de Siria enviaron otros 1 500 mercenarios a combatir a Damasco, utilizando, como de costumbre, el territorio turco, aunque algo alejado de donde están los emplazamientos de los antimisiles Patriot estadounidenses, dirigidos fundamentalmente contra Rusia.
Al mismo tiempo, ignoró las acertadas propuestas de paz kurdas, e intensificó sus ataques contra grupos de esa etnia asentados en Siria e Iraq, que provocó las protestas del régimen de Bagdad.
Y es que Turquía es el principal opositor a la unidad de esa etnia y la formación de un estado en la región del Kurdistán, que abarca territorio de varios países.
Nada ha hablado la prensa al servicio del Imperio de por lo menos tres aviones turcos derribados en territorio fronterizo sirio, ni de la presencia de agentes de la inteligencia y de otros especialistas de la muerte en el entrenamiento minucioso de elementos infiltrados desde Turquía para hacer más dañino la agresión, causar más víctimas civiles y coadyuvar al derribo del único gobierno árabe que se ha opuesto consecuentemente al imperialismo norteamericano y al sionismo israelí.
Así, echó por la borda la postura asumida de “cero conflictos con los vecinos”, la orientó más hacia Europa y recuperó con creces su papel de fuerte abanderado de la política de Estados Unidos.

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