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Brasil: antes y después

6 de septiembre de 2016

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El golpe de estado parlamentario-jurídico-mediático que acaba de tener lugar en Brasil, tras largo y amañado proceso que se prolongó por más de un año pero que desde el principio anunciaba sus previsibles resultados, es una conmoción de tamaña trascendencia en la historia de ese país enorme y poderoso –desde golpes militares hasta suicidios presidenciales–, que indudablemente traza una línea divisoria profunda y a nuestro juicio marcará un antes y un después, aunque algunos de sus propios protagonistas no logran verlo claramente ahora.
No sería nada nuevo. En la historia de varios países latinoamericanos ocurrieron también sucesos de este tipo que los marcaron definitivamente y abrieron nuevas e insospechadas sendas: las grandes crisis siempre han determinado grandes soluciones.
Independientemente de las características, las tradiciones, las situaciones concretas y el escenario, concernientes a cada caso en particular, esta es una verdad generalizada y comprobada en la práctica –más tarde o más temprano– según las condiciones e influencias actuantes.
El escandaloso espectáculo forjado por la oligarquía brasileña, su vieja y corrupta clase política, los monopólicos medios de comunicación y un puñado de jueces venales –con el patrocinio y aliento del imperialismo estadounidense en sus planes de reconquista– es una dolorosa lección y a la vez una clara enseñanza y transparente experiencia no solo para el pueblo de Brasil, sino más allá de sus fronteras.
La debacle de la “democracia representativa” con todas sus lindezas –asesinada a manos de sus propios sostenedores y aparentes promotores–, mostró aquí descarnadamente la esencia del sistema, concebido en definitiva para la protección y prolongación del capitalismo monopolista –hoy en su fase neoliberal–, la explotación extrema y la dominación imperialista de Estados Unidos.
No podía pedírsele, por tanto, a los autores del crimen la mínima gota de pudor o ética cuando estaban dispuestos a pasar desde el principio sobre todos los obstáculos morales o jurídicos en aras de lograr su propósito preconcebido.
De todos modos, pocas veces en la larga y complicada historia latinoamericana y caribeña pudo verse con tanta claridad el rostro vívido de la corrupción, el odio y la traición. Demos gracias a la televisión que nos permitió presenciar el bochornoso sainete.
Como señalamos anteriormente lo ocurrido no puede sino transformarse en lección, enseñanza y experiencia para el pueblo brasileño, sus vanguardias políticas, fuerzas sindicales y movimientos sociales que debe ahora enfrentar una nueva etapa de lucha.
Cegados por el odio, la ambición y la sed de venganza –y posiblemente sin entenderlo ni darse cuenta–, los senadores corruptos marcaron el 31 de agosto un antes y un después de la historia brasileña.

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